martes, 29 de septiembre de 2015

UNA PALABRA DE EXHORTACIÓN




         Amados hermanos en Cristo:

         El día de la apostasía se avecina, y, por consiguiente, también la hora en la cual el Señor arrebatará a los Suyos. El tiempo presente es de un carácter tan solemne que me siento en la obligación de dirigiros algunas palabras de edificación. La gente piadosa, que entiende las señales de los últimos días, ve acercarse el momento que pondrá fin al día de la gracia. Ha llegado, pues, la hora en que se puede hablar claramente y cuando es preciso preguntarnos francamente dónde estamos y qué es lo que hacemos.

         Por esta gracia que brilla con mayor intensidad al acercarse a su fin, habéis sido librados de la maldad y de la idolatría que amenaza invadir completamente la Cristiandad, y se trata de saber ahora si habéis entendido suficientemente vuestra responsabilidad, si apreciáis la posición bendita que ocupáis, para andar en ella como personas que han sido divinamen­te iluminadas.

         Es hora de tener la certeza de que el mo­mento actual no ha tenido jamás semejanza alguna en toda la his­toria del mundo; y es entre vos­otros donde Satanás intenta ma­yormente trabajar. Es tanto más peligroso cuando sus maquinacio­nes son más sutiles que nunca. Siempre su intento es el de alejaros prácticamente de Cristo; incluso mientras estéis sobre el terreno de la verdad; y eso lo que tal vez os hace pensar que no tenéis nada que temer. Hasta puede valerse de la misma verdad para dañaros.

         Porque, considerad su maldad: estáis en efecto sobre un terreno seguro todo el tiempo que se man­tenga vuestra comunión con Dios y que Cristo lo sea todo para vos­otros, pero tan pronto como se interponga la menor cosa entre vuestra alma y Cristo, vuestro ca­rácter Filadelfiano se cambia en el de Laodicense, y vuestro te­rreno seguro ya no ofrece mayor garantía que sobre el cual se halla el resto de la Cristiandad; des­aparece vuestra fuerza y os halla­réis tan débiles como cualquier ser humano.

         Los hay entre vosotros que son recién convertidos, o li­brados de los sistemas humanos, y que desconocen las profundida­des de Satanás; por lo tanto, de­seo por medio de estos renglones advertirles seriamente del peligro que corren. Si, pues, os dejáis en­volver por el mal, no podréis ale­gar que habéis sido sorprendidos por ignorancia. Vuelvo a repetirlo: el enemigo os vigila sobre, todo a vosotros, intentando de cualquier manera interponer el mundo en­tre vosotros y Cristo. Los medios del cual se vale pueden parecer insignificantes. Si supierais cuán poco necesita para llevar sus pla­nes a cabo, os alarmaríais de ver­dad. No se vale primero de lazos groseros y vergonzosos; sabrá utilizarlos más tarde si caéis en sus redes; pero no empieza así. Se vale de cosas comunes y co­rrientes y - aparentemente - ino­centes, que nadie podría censu­rar; pero que no por eso dejan de ser el veneno insidioso y mor­tal destinado, a alejaros del Señor y a arruinar vuestro testimonio. Si preguntáis lo que quiero decir con eso, vuestra misma pregunta demuestra el mismo carácter de este soporífico que está ya obrando.

         Hermanos, no os dejéis conta­giar por el espíritu de este siglo. Vuestra manera de vestir, vues­tras conversaciones, vuestra falta de espiritualidad lo demuestran en todas las asambleas. Existe allí una especie de pesadez, una coac­ción o estrechez, un malestar, una falta de poder que se hacen visi­blemente sentir. La apariencia de piedad está allí, ¿pero dónde está el poder? Si uno se mezcla con el mundo, puede estar seguro de que bajará a su nivel. No puede ser de otro modo. Si frecuentáis el mundo, la posición tan privi­legiada que tenéis, en vez de pro­tegeros, tan sólo os expondrá a mayor condenación. Debe ser Cristo o el mundo. No podéis, no debéis tener a Cristo y al mundo. Dios, en su gracia, os ha separa­do del mundo cuando estabais en la ignorancia; mas Dios no per­mitirá jamás que cambiéis esta gracia en disolución, y que no andéis rectamente por cuanto ha­béis sido separados del mundo. Acordaos de que habéis sido ilu­minados - y desde luego consti­tuye un grandísimo privilegio serlo -; por otra parte, es la posi­ción más seria que se pueda ima­ginar. Es como si estuvieseis a la mesa del Rey sin el vestido de boda, es como si dijeseis: "Se­ñor, Señor", sin hacer caso de lo que el Señor manda, es decir, "Sí, señor, voy", como lo dijo el hijo en la parábola, el cual ha­biéndolo considerado no fue (Mateo 21: 28-32).

         Amados, pienso mejores cosas de vosotros, aunque yo hable así, y tengo confianza respecto de vos­otros en el Señor, de que ten­dréis motivo de bendecirle por estas breves palabras. La posición que somos llamados a ocupar es la más preciosa en estos últimos tiempos. Desde hace más de 1.900 años, hubo siempre Cristianos en la brecha, que tuvieron que velar día y noche, mientras que vosotros estáis a punto de oír la trompeta de la liberación y de ser introducidos en la casa del Padre, por el mismo Señor Jesús. Otros tuvieron que trabajar y vosotros habéis entrado en sus labores, y sin embargo rebajáis vuestra alta posición hasta el nivel de vasos de barro, que no tienen otra perspectiva que la vara de hierro del Señor, y de los que habrán vencido para ser desmenuzados.

         ¡Ah! ¡Despertad! ¡Despertad de este letargo! no durmáis más y Cristo os alumbrará: arrojad vuestros ídolos, lavad vuestros vestidos y subid a Bet-el; allí hallaréis en Dios, tesoros de ver­dad superiores a todo cuanto ha­béis experimentado de Él, inclu­so en los más hermosos días de vuestra vida cristiana. Que el oprobio de Egipto sea en verdad alejado de vosotros.

         ¡Cuidado con vuestras pala­bras! Que sean relacionadas con Cristo y con sus intereses y no - como es a menudo el caso - con cualquier otra cosa fuera de Él. Únanse vuestras oraciones a las de cuantos se reúnen regular­mente con este fin. Nunca hubo mayor necesidad de orar. No des­preciéis las ocasiones de recoger nuevas luces y de aumentar vues­tra instrucción por medio de la Santa Palabra, vuestra única de­fensa contra las artimañas del destructor. Que vuestra vida sea una manifestación de las enseñan­zas que sacáis en la Palabra y en la verdad que aprendéis de Cristo.

         Si deseáis ser útiles, pedid al Maestro que os ponga en Su obra, os concederá esta gracia porque "no negará ningún bien a los que andan rectamente." (Salmo 84:11 - VM) y nunca echaréis de menos ni en este mundo, ni en el venidero, lo que habéis hecho pa­ra Él, en esta tierra en el camino de la humildad, participando del rechazo que Él recibió y aún recibe.

         Amados míos, toleradme, por­que estoy celoso, con celos que son de Dios. Pertenecéis a Cristo y Cristo es vuestro. ¡No rompáis esta santa unión! ¡Que la despo­sada no sea infiel a su esposo! ¿Por qué dejaros despojar y se­ducir? ¿Por qué? Para cáscaras vacías y frutos amargos, mientras malgastáis el breve espacio de tiempo que debería, y podía ser para vosotros, un tiempo de ben­dición y que tendrías que rescatar.

         Todo cuanto habéis cumplido en esta tierra en el poder del Es­píritu os será para honra y glo­ria en los cielos, y os hará más aceptos a los ojos de Aquel a quien pertenecéis como cosa pro­pia. ¿Podríais denegarle la feli­cidad de poder decir: «Permane­ce en vosotros mi gozo»? ¿Quisierais privarle de gozar del fruto del trabajo de Su alma; Él, que ha sido crucificado entre dos la­drones sobre el Calvario, sirvien­do de espectáculo a los hombres, y a los ángeles y todo eso por vosotros? ¿Habéis olvidado esa maravillosa abnegación de Jesús por vosotros? Hubiera podido to­mar posesión del mundo sin pasar por la Cruz, dejándoos de la­do, para el justo juicio; mas Él no quiso. Ahora que habéis sido enriquecidos, por Su pobreza, por Su agonía, por Su muerte, ¿que­réis ligaros con el mundo, o por lo menos dejaros guiar por él y poner a Jesús prácticamente de la­do? Vuestro limpio entendimien­to tan sólo precisaba ser desper­tado al recordar estas cosas en vuestra memorial ¡No! ¡No lo haréis!

         Animaos pues. Últimamente tu­vimos que confesar colectivamen­te nuestra falta de piedad y de ab­negación. ¿No aceptaremos esta palabra de advertencia como una respuesta de parte del Señor, siempre misericordioso y fiel, que quiere despertarnos y sacarnos de nuestro triste estado de relaja­miento? ¡Ah, que correspondan nuestros corazones a Su deseo, y que nada nos impida decirle, "Ven, Señor"! Entonces no sere­mos avergonzados en su Venida.

Traducido de "Le Messager Evangélique"

Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1957, No. 30.-

http://www.graciayverdad.net/sanaspalabras/id79.html

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