“Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Romanos 11:22).
Pero se dirá: «Sí, es cierto; cuando se trataba de una cuestión del judaísmo, eso está claro; pero es algo que no podría sucederle al cristianismo.» En primer lugar, eso mismo es precisamente lo que decían los judíos incrédulos en los días de Jeremías: “La ley no faltará al sacerdote, ni el consejo al sabio, ni la palabra al profeta” (Jeremías 18:18). Ésta es una falsa confianza, que trajo destrucción sobre el pueblo y sobre la santa ciudad. Pero hay más que esto; precisamente sobre esta misma falsa confianza el apóstol Pablo advirtió solemnemente en el capítulo 11 de Romanos a los cristianos de entre los gentiles, trazando un paralelo entre los judíos y la cristiandad: “Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Romanos 11:22). Es decir, que el sistema cristiano entre los gentiles está sujeto al mismo juicio que el sistema judaico. Si los gentiles, los cuales permanecen sólo por fe, no continúan en la bondad de Dios, ellos sufrirán la misma suerte que los judíos. ¿Acaso se puede afirmar que el catolicismo romano ha “continuado en la bondad de Dios”? ¿Son los “tiempos peligrosos” el resultado de “continuar en la bondad de Dios”, o acaso lo es la “apariencia de piedad, que niega su eficacia”, de lo cual el cristiano debía apartarse (2.ª Timoteo 3)? Si el apóstol pudo decir: “todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Filipenses 2:18), ¿era eso “continuar en la bondad de Dios”? Si el apóstol previó que después de su partida, el mal se introduciría inmediatamente, una vez que la mano fuerte del apóstol ya no estuviese más para mantener la puerta cerrada contra los adversarios (Hechos 20:29 etc.); si Judas precisó decir que aquellos que eran los sujetos del juicio ya se habían infiltrado en la iglesia (Judas 4); si Juan había dicho que los tales habían abandonado a los cristianos, que habían salido de ellos ―un paso más lejos del que habla Judas―, que había muchos anticristos, y que por esto debían saber que eran los últimos tiempos (1.ª Juan 2:18); si Pedro nos anuncia que “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1.ª Pedro 4:17), ¿nos lleva todo esto a creer que los gentiles han continuado en la bondad de Dios, o más bien que el sistema cristiano establecido entre los gentiles sería terminado por el juicio, el terrible juicio de Dios? ¿Acaso no nos lleva esto a creer, en cuanto a la profesión exterior, que se trata de una cuestión de beber de la copa de Su pura ira, o de ser vomitado de Su boca como algo nauseabundo a causa de su tibieza? He aquí lo que es tan solemne para nuestras conciencias. ¿Vendremos, como sistema, bajo el juicio de Dios? Los fieles, seguramente gozarán de una porción más excelente, de una gloria celestial; pero el sistema cristiano, como sistema en la tierra, será cortado para siempre.
J. N. Darby
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