“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Génesis 2:15)
Contrariamente al parecer de algunos, el trabajo no es una maldición; sino una bendición. Antes de que el pecado entrara al mundo, Dios designó a Adán para que cuidara del Jardín de Edén. Fue después que el hombre hubo pecado que Dios maldijo la tierra, pero no al trabajo en sí. Decretó que, al tratar de ganar el sustento de la tierra, el hombre encontraría penas, sudor y frustración (Gn. 3:17-19). Un anciano respetable decía: “¡Bendito trabajo! Si llevas la maldición de Dios, ¿Cuánta debe ser Su bendición?” Pero el trabajo no lleva Su maldición. Es parte de nuestro ser esencial, de nuestra necesidad de creatividad y de ser útiles. Cuando sucumbimos a la holgazanería es mayor el peligro de pecar. Y a menudo es al retirarnos de la vida activa que comenzamos a derrumbarnos.
No debemos olvidar que Dios mandó a Su pueblo que trabajara (“seis días trabajarás” Éx. 20:9). Los hombres tienden a pasar por alto eso y a enfatizar la otra parte que les manda descansar el séptimo día. El Nuevo Testamento etiqueta al perezoso como “desordenado” o “indisciplinado” y decreta que si un hombre no quiere trabaja, que tampoco coma (2 Ts. 3:6-10).
El Señor Jesús es el Ejemplo supremo como Trabajador laborioso. “¡Qué días de duro trabajo fueron los Suyos! ¡Qué noches de oración laboriosa! Tres años de ministerio le envejecieron. “Ni aún tienes cincuenta años”, le decían, haciendo un cálculo aproximado de su edad. ¿Cincuenta? ¡Solamente tenía treinta! Esto no es ningún secreto” (Ian MacPherson).
Algunas personas le tienen alergia al trabajo porque le notan alguna característica desagradable. Deberían darse cuenta de que ningún trabajo es completamente ideal. Toda ocupación tiene siempre algún inconveniente. Pero el cristiano puede hacerlo para la gloria de Dios: “No para salir del paso, sino triunfalmente”. El creyente trabaja, no sólo para suplir sus propias necesidades, sino para ayudar a otros que están en necesidad (Ef. 4:28). Esto añade un motivo nuevo y desinteresado al trabajo. Aun en la eternidad trabajaremos, ya que la Palabra dice: “sus siervos le servirán” (Ap. 22:3). Mientras tanto, debemos seguir el consejo de Spurgeon: “Mátense trabajando y luego avívense a través de la oración”.
DIA EN DIA
William MacDonald
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