lunes, 7 de septiembre de 2015

LAS ESCENAS FINALES DE MALAQUÍAS Y JUDAS

1a parte  MALAQUÍAS 

Los ultimos dias en el Antiguo Testamento




         Al comparar estos dos escritos inspirados, encontramos muchos puntos de semejanza, y muchos puntos de contraste. Ambos, el profeta y el apóstol, retratan escenas de ruina, corrupción y apostasía. El primero se ocupa de la ruina del Judaísmo; el último con la ruina de la Cristiandad. El profeta Malaquías presenta, ya en sus primeras frases, con claridad poco común, la fuente de la bendición de Israel, y el secreto de la caída de ellos. "Yo os he amado, dice Jehová." (Malaquías 1:2). Aquí estaba la gran fuente de toda su bienaventuranza, de toda su gloria, de toda su dignidad. El amor de Jehová explica todas las glorias más radiantes del pasado de Israel y todas las glorias más radiantes del futuro de Israel. Por otra parte, su desafío intrépido e infiel, "¿En qué nos has amado?" (Malaquías 1:2 - VM), explica los abismos más profundos de la degradación de Israel en ese instante.

         Formular una pregunta semejante, después de todo lo que Jehová había hecho por ellos desde los días de Moisés hasta los días de Salomón, puso en evidencia una condición de corazón insensible hasta el grado máximo. Aquellos que, con la maravillosa historia de las acciones de Jehová delante sus ojos, podían decir, "¿En qué nos has amado?", estaban más allá de toda exhortación moral. Por consiguiente, no necesitamos sorprendernos ante las vehementes palabras del profeta. Nosotros estamos preparados para frases como la siguiente: "si yo soy Padre, ¿dónde está mi honra? y si soy Señor, ¿dónde está el temor que se me debe? dice Jehová de los Ejércitos a vosotros, oh sacerdotes que despreciáis mi Nombre. Y decís: ¿En qué hemos despreciado tu Nombre?" (Malaquías 1:6 - VM). Había la insensibilidad más completa tanto al amor del Señor como a sus propios caminos perversos. Había la dureza de corazón que podía decir, "¿En qué nos has amado?" (Malaquías 1:2 - VM), y "¿En qué te hemos deshonrado?" (Malaquías 1:7). Y todo esto con la historia de mil años delante de sus ojos - una historia traslapada por la  gracia, la misericordia y la paciencia sin precedentes de Dios, una historia manchada desde el principio hasta el final con el registro de la infidelidad, la insensatez y el pecado de ellos.

         Pero escuchemos las conmovedoras reconvenciones del contristado y ofendido Dios de Israel. "Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice Jehová de los ejércitos. Ahora, pues, orad por el favor de Dios, para que tenga piedad de nosotros. Pero ¿cómo podéis agradarle, si hacéis estas cosas? dice Jehová de los ejércitos. ¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi altar de balde? Yo no tengo complacencia en vosotros, dice Jehová de los ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda. Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia, porque grande es mi nombre entre las naciones, dice Jehová de los ejércitos. Y vosotros lo habéis profanado cuando decís: Inmunda es la mesa de Jehová, y cuando decís que su alimento es despreciable. Habéis además dicho: !Oh, qué fastidio es esto! y me despreciáis, dice Jehová de los ejércitos; y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? dice Jehová." (Malaquías 1: 8-13).

         Tenemos aquí, entonces, un triste y deprimente cuadro de la condición moral de Israel. La adoración pública a Dios había caído en el desprecio absoluto. Su altar fue insultado, Su servicio despreciado. En cuanto a los sacerdotes, se trataba de un mero asunto de dinero. En cuanto al pueblo, toda la cosa había llegado a ser un fastidio, una formalidad vacía, una rutina apagada y sin corazón. No había corazón para Dios. Había abundancia de corazón para la ganancia. Cualquier sacrificio, sin importar si había sido mutilado y hurtado, era considerado lo suficientemente bueno para el altar de Dios. Lo cojo, lo ciego, lo enfermo, exactamente lo peor que se podía tener, tanto que ellos no se habrían atrevido a ofrecerlo a un gobernante humano, era puesto en el altar de Dios. Y si se tenía que abrir una puerta o encender un fuego, se tenía que pagar por ello. Sin pago no se hacía nada. Tal era la lamentable condición de cosas en los días de Malaquías. Contemplar esta condición enferma el corazón.

         Pero, gracias y alabanzas sean dadas a Dios, hay otro aspecto del cuadro. Había algunas raras y preciosas excepciones a la oscura regla - algunas sorprendentes y hermosas formas resaltando del oscuro trasfondo. Es verdaderamente refrescante leer palabras como estas en medio de toda esta venalidad y corrupción, frialdad y falta de sinceridad, esterilidad y falta de corazón, orgullo y terquedad de corazón, a saber: "Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno con su compañero; y Jehová escuchó, y los oyó; y fué escrito un libro de memoria delante de él, a favor de los que temen a Jehová, y de los que piensan en su nombre." (Malaquías 3:16 - VM).

         ¡Cuán precioso es este breve registro! ¡Cuán delicioso es contemplar este remanente en medio de la ruina moral! No hay pretensión, o presunción; no hay ningún intento de establecer algo, ningún esfuerzo para reconstruir la economía caída, ninguna exhibición de poder fingida. Aquí se trata de una debilidad sentida y de acudir a Jehová. Este es el verdadero secreto de todo poder real. Necesitamos no temer jamás el hecho de estar conscientes de la debilidad. Es de la fuerza impresionante que nosotros tenemos que temer y huir. La norma para el pueblo de Dios siempre es: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Corintios 12:10) - una norma bendita, muy ciertamente. Siempre se ha de contar con Dios. Nosotros podemos establecer como un gran principio fundamental que, sin importar cuál sea el estado actual del cuerpo profesante, la fe individual puede gozar de la comunión con Dios conforme a la más elevada verdad misma de la dispensación.

         Este es un gran principio que hay que asir y retener. Que el pueblo profesante de Dios esté formado siempre por individuos que se juzguen a sí mismos y se humillen delante de Dios, que puedan gozar de Su presencia y bendición sin obstáculo o límite. Vean a los Danieles, los Mardoqueos, los Esdras, los Nehemías, los Josías, los Ezequías, y a multitudes de otros que anduvieron con Dios, que llevaron a la práctica los principios más elevados y gozaron de los más extraordinarios privilegios de la dispensación, cuando todo yacía en irremediable ruina alrededor de ellos. Hubo una pascua celebrada en los días de Josías como no se había conocido desde los días de Samuel el profeta (2 Crónicas 35:18). El débil remanente, a su regreso de Babilonia, celebró la fiesta de los tabernáculos, un privilegio que no se había experimentado desde los días de Josué el hijo de Nun (Nehemías 8:17). Mardoqueo, sin dar un solo golpe, ganó una victoria tan espléndida sobre Amalec como la llevada a cabo por Josué en los días de Éxodo 17 (Ester 6: 11-12). En el libro de Daniel vemos al monarca más altivo de la tierra postrarse a los pies de un Judío cautivo. (Daniel 2:46).

         ¿Qué nos enseñan todos estos casos? ¿Qué lección nos dicen en nuestros oídos? Sencillamente que al alma humilde, creyente y obediente, se le permite gozar de la más profunda y más rica comunión con Dios, a pesar del fracaso y la ruina del pueblo profesante de Dios y de la gloria pasada de la dispensación en la que le ha tocado su porción.

         Así fue en las escenas finales de Malaquías. Todo estaba en irremediable ruina, pero eso no impidió que quienes amaban y temían al Señor se juntaran para hablar acerca de Él y meditar en Su precioso Nombre. Es verdad que este remanente débil no fue como la gran congregación que se reunió en los días de Salomón, desde Dan hasta Beerseba, pero tuvo una gloria única para sí mismo. Tuvo la presencia divina de un modo no menos maravilloso, aunque no tan impresionante. No se nos habla acerca de algún "libro de memoria" en los días de Salomón. No se nos habla acerca de Jehová escuchando y oyendo. Quizás se podría decir que no hubo necesidad. De acuerdo, pero ello no oscurece el esplendor de la gracia que brilló sobre el pequeño grupo en los días de Malaquías. Podemos afirmar audazmente que el corazón de Jehová fue tan confortado por los amorosos suspiros de ese pequeño grupo como por los esplendidos sacrificios en los días de la dedicación de Salomón. El amor de ellos resplandeció aún más brillante en contraste con el duro formalismo del cuerpo profesante, y la corrupción de los sacerdotes.

         "En el día que yo preparo, ha dicho Jehovah de los Ejércitos, ellos serán para mí un especial tesoro. Seré compasivo con ellos, como es compasivo el hombre con su hijo que le sirve. Entonces os volveréis y podréis apreciar la diferencia entre el justo y el pecador, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. Porque he aquí viene el día ardiente como un horno, y todos los arrogantes y todos los que hacen maldad serán como paja. Aquel día que vendrá los quemará y no les dejará ni raíz ni rama, ha dicho Jehovah de los Ejércitos. Pero para vosotros, los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá sanidad. Vosotros saldréis y saltaréis como terneros de engorde. Pisotearéis a los impíos, los cuales, el día que yo preparo, serán como ceniza bajo las plantas de vuestros pies, ha dicho Jehovah de los Ejércitos." (Malaquías 3: 17, 18; 4:1-3; RVA).

C.H.M.

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