viernes, 26 de febrero de 2016

Extranjeros y Peregrinos





No podemos evitar el contacto con el orden de cosas del mundo, pero aquel contacto no debe transformarse nunca en comunión: «¿Qué concordia Cristo con Belial?» (2 Co 6:15). «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal» (Jn 17:15). Jesús, que no era de este mundo, padeció en él, y vivió como extranjero: el aislamiento y la tribulación fueron para Él cosas vividas y sentidas, y será lo mismo para nosotros en la medida en la cual seguiremos fielmente sus pasos. ¿No es triste ver, hermanos y hermanas, que entre nosotros haya algunos que busquen su satisfacción y bienestar en el impío sistema del mundo, encontrándose en él como en casa propia? ¿Tendríamos casa propia en esta tierra donde Cristo no está? No olvidemos de que somos viajeros sin domicilio, peregrinos fatigados y verdaderos extranjeros, si en verdad somos de Cristo.

Mientras estemos en el mundo, no podemos sustraernos a su contacto. Pero, ¿no ocurre a veces que tenemos contacto con él en numerosos asuntos para los cuales no hay la menor necesidad de ello? No lo tendríamos, sin duda alguna, si llevásemos siempre en nuestro cuerpo la muerte de Jesús.

Numerosas son las tretas y engaños por los cuales el Enemigo seduce hasta el corazón de los hijos de Dios: Reuniones religiosas, obras de caridad, sociedades fraternales o cofradías, cosas en las cuales la carne puede complacerse y que se sustituyen a la vida que tenemos en la fe del Hijo del Dios (Gá 2:20). Los creyentes de los tiempos antiguos que recibieron el testimonio (conservado hasta nosotros) de haber agradado a Dios, fueron despreciados (He 11:36-37). Otros vinieron a ser «la escoria del mundo, el deshecho de todos hasta ahora» (1 Co 4:13). Tenían su ciudadanía en los cielos; mas nosotros ¡preferimos ser gente honrada y considerada por este mundo! Es que nos conformamos demasiado al sistema u orden de cosas del mundo; cuyo resultado es que no puede haber conflicto entre él y nosotros, y que somos súbditos desleales de Cristo, quienes evitan cuando no huyen el oprobio de la Cruz.

Sin embargo, la Palabra de Dios permanece sin alteración: «Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución» (2 Ti 3:12).

Amados hermanos, ya conocemos la senda estrecha. ¡Ojalá seamos de los que la siguen!

Tenemos ya nuestros pasaportes. Estamos sellados con el Espíritu Santo y esperamos al mismo Señor que, con aclamación, voz de arcángel y toque de la trompeta de Dios, vendrá a arrebatarnos a su encuentro, en las nubes, para que estemos siempre con Él (1 Ts 4:16-17). ¡Qué bendita esperanza!

«Gracia y paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (Gá 1:3-5).

J. N. Darby

No hay comentarios.:

Publicar un comentario