Por ejemplo, muchos estiman que un buen ciudadano, un cristiano, debe interesarse por el gobierno de su país, y debe votar, contribuyendo así a llevar al poder hombres honorables. Pero Dios habla muy diferentemente. Repetidas veces en su Palabra, y de diversas maneras, Él me dice que como hijo suyo, no soy ciudadano de ningún país ni miembro de sociedad alguna: «Nuestra ciudadanía está en los cielos» (Fil 3:20): Desde entonces no tenemos otro quehacer que las cosas celestiales. «En la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo» (Gá 6:14). Si las cosas terrenales absorben mis pensamientos y mi corazón, me constituyo en «enemigo de la cruz de Cristo» (Fil 3:18). «No os conforméis a este siglo» (Ro 12:2).
J. N. Darby
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