“Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos” (2 Corintios 1:9)
Pablo se vio muy cerca de la muerte en la provincia de Asia. No podemos saber con precisión que fue lo que ocurrió allí, pero fue tan serio que si le hubiéramos preguntado: “¿Crees que saldrás con vida?” Nos hubiese dicho: “Voy a morir”.
La mayoría de personas usadas por Dios han tenido una experiencia similar en un momento u otro de sus vidas. Las biografías de los grandes hombres de Dios dan cuenta de liberaciones maravillosas de la enfermedad, accidentes o de ataques personales. En ocasiones Dios usa esta clase de experiencia para atraer la atención de un hombre. Quizás cabalga en la cresta de la ola en lo que respecta a prosperidad material y todo parece ir viento en popa. Repentinamente es postrado en cama por una enfermedad. El cirujano quita metros de intestinos cancerosos. Esto le hace revaluar su vida y pensar una vez más en sus prioridades. Al darse cuenta de cuán breve e incierta es la vida, determina dar al Señor lo que queda de ella. Dios le levanta y le da muchos años adicionales de servicio fructífero.
Fue diferente en el caso de Pablo. Había rendido su vida al Señor para servirle. Pero existía la peligrosa posibilidad de que tratara de servir en su propia fuerza y por su propio ingenio. De modo que el Señor lo llevó al borde de la tumba para que no pudiera confiar en sí mismo, sino en el Dios
de la resurrección. Hubo muchas veces en su tumultuosa carrera que debió enfrentar problemas más allá de toda solución humana. Habiendo probado ya el poder absoluto del Dios de lo imposible, no se intimidaría.
Estos encuentros cercanos con la muerte son bendiciones con disfraz. Nos muestran cuán frágiles somos. Nos recuerdan la locura de los valores de este mundo. Nos enseñan que la vida es una breve historia que puede terminar muy inesperadamente.
Cuando nos enfrentamos con la muerte nos damos cuenta de que debemos hacer las obras de Aquél que nos envió mientras es de día, porque la noche viene cuando nadie puede trabajar. En un sentido todos tenemos sentencia de muerte en nosotros mismos, lo cual es saludable recordar, para poner en primer lugar los intereses de Cristo y depender de Su poder y sabiduría.
DIA EN DIA
William MacDonald
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