“Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca, y está condenado por su propio juicio” (Tito 3:10, 11).
Cuando pensamos en un hereje, normalmente pensamos en alguien que sostiene y propaga conceptos opuestos a las grandes verdades fundamentales de la fe. Vienen a la memoria hombres como Arrio, Montano, Marción y Pelagio que vivieron en los siglos II y III d. C.
No me propongo rechazar esa definición de hereje sino ampliarla. En el Nuevo Testamento, un hereje incluye también a cualquiera que promueve obstinadamente una enseñanza no bíblica, aun de importancia secundaria, que causa división en la iglesia. Puede apegarse a las verdades fundamentales y sin embargo fomentar alguna otra enseñanza que causa contienda porque difiere de la creencia bíblica ya aceptada por la congregación de la que forma parte.
Muchas traducciones modernas ponen: “hombre faccioso” en lugar de “hereje”. Una persona facciosa es aquella que está obstinadamente determinada a montarse en su caballo de batalla doctrinal a pesar de que esto crea división en la iglesia. Su conversación retorna inevitablemente a su tema favorito, así como la cabra tira al monte. No importa dónde abra la Biblia, siempre cree encontrar apoyo en ella para sus ideas. No puede ministrar públicamente la Palabra sin introducir su tema. Su partitura sólo tiene una nota, su instrumento musical sólo tiene una cuerda y toca esa nota solamente en esa cuerda. Su conducta es enteramente perversa. Descarta por completo las mil y una enseñanzas de la Biblia que edifican a los santos en la fe, y se especializa en una o dos doctrinas desviadas que sirven solamente para crear un cisma. Puede ser que machaque algún aspecto particular de la profecía o que enfatice mucho algún don del Espíritu, o que esté obsesionado con los llamados cinco puntos del calvinismo.
Cuando los líderes de la iglesia le advierten que no continúe con su terca cruzada, se muestra impenitente. Insiste en que no sería fiel al Señor si no enseñara estas cosas. No permanecerá callado. Tiene una respuesta “super-espiritual” para cada argumento que se emplea contra él. El hecho de que está creando contienda y división en la iglesia no le disuade en absoluto. Se muestra indiferente ante el decreto divino: “Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él” (1 Co. 3:17). La Escritura dice que esta persona se ha pervertido, y peca, habiéndose condenado a sí mismo. Se ha pervertido en el sentido que está “deformado moralmente” (versión parafraseada por Phillips), se ha “desviado” (NEB) y es un “descarriado” (La Biblia Latinoamericana). Peca, porque la Biblia condena semejante conducta. Él lo sabe, a pesar de sus piadosas protestas. Después de dos advertencias la iglesia debe rechazarle, esperando que por medio de este ostracismo abandone aquello que perturba la paz y sana doctrina de la congregación.
DIA EN DIA
William Macdonald
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