“He aquí, Señor... Si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Lucas 19:8)
Tan pronto como Zaqueo hubo abierto su corazón al Señor Jesús, un instinto divino le dijo que debía restituir lo del pasado. Partiendo del texto, puede dar la impresión de que habrá alguna duda en cuanto a si él había estafado a alguien o no; pero es razonable creer que el “si” significa “ya que”, en el caso de este recaudador de impuestos. Había conseguido dinero deshonestamente, lo sabía, y estaba determinado a hacer algo al respecto. La restitución es una doctrina bíblica y una buena práctica bíblica.
Cuando nos convertimos, debemos restaurar al dueño legítimo las cosas que injustamente tomamos de él. La salvación no excusa a una persona de rectificar los errores del pasado. Si se robó dinero antes de la salvación, un verdadero sentido de la gracia de Dios requiere que este dinero se devuelva.
Aun las deudas legítimas contraídas durante los días en que no estabamos convertidos no se cancelan por el nuevo nacimiento.
Años atrás, cuando cientos de personas fueron salvas en Belfast bajo la predicación de W. P. Nicholson, las fábricas locales tuvieron que construir enormes naves para guardar las herramientas robadas que devolvieron los nuevos convertidos. Sería necesario construir depósitos inmensos en este país para albergar el botín tomado solamente de las Fuerzas Armadas. Sin decir nada de la fuga constante de herramientas, provisiones y mercancía que sale ilegalmente de fábricas, naves, oficinas y tiendas.
Es ideal que, cuando un creyente restituya algo, lo haga en el Nombre del Señor Jesús. Por ejemplo: “Hurté estas herramientas cuando trabajaba para usted hace años, pero fui salvo recientemente y mi vida ha sido transformada por el Señor Jesucristo. Él ha puesto en mi corazón devolver las herramientas y pedirle perdón”. De esta manera, la gloria la recibe el Salvador, pues es Él a quien le pertenece.
Se presentan circunstancias donde, en lo que concierne al testimonio cristiano, hay que pagar intereses del dinero que fue robado. La ofrenda por el delito en el Antiguo Testamento ya estipulaba esto. Era necesario pagar los daños más un quinto. Cierto es que hay situaciones donde, en virtud de que ha transcurrido el tiempo o porque las condiciones cambiaron, ya no es posible restituir. El Señor lo sabe. Si el pecado se confiesa, Él acepta el deseo sincero como un hecho cierto, pero solamente en aquellos casos donde la restitución es imposible.
DIA EN DIA
William MacDonald
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