Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.
Judas 3
El desafío positivo y práctico de esta carta era contender agwnizomai (agonisomai) por la fe —es decir, la verdad—, una vez dada a los santos. Esta última frase debe ser interpretada como el conjunto de doctrinas cristianas enseñadas por los apóstoles (Hechos 2:42) y que para nosotros fue revelada (Gálatas 3:23). Esta doctrina fue dada por revelación e inspiración y no por el trabajo de teólogos, ni por el desarrollo intelectual de hombres ingeniosos. Es por esta doctrina que hay que contender. No hay que cambiarla, mutilarla ni negarla. En estos días no es algo muy popular contender por la fe, especialmente si tenemos algunos amigos que se han desviado y tenemos que enfrentarnos con la separación. «Debemos soportar las cosas tal como son. Mejor dejar las cosas como están que mover un avispero». Esta no es la forma de actuar del escritor inspirado. Él se ocupa del tema con valentía y exhorta a sus lectores a un accionar fiel. Ignorar el ingreso del mal y de los falsos maestros, muy pronto provocaría corrupción en la iglesia y el debilitamiento de su testimonio. Peor todavía, esto traería deshonra al nombre de Cristo.
La fidelidad de un santo del Antiguo Testamento es un notable ejemplo que nos hace pensar en la obra de Judas. Una porción de la herencia que Dios le había dado a su pueblo estaba a punto de ser arrebatada por los filisteos. Esta porción sólo era un terreno de lentejas, pero aquel santo permaneció en el medio y lo defendió (2.º Samuel 23:12). La herencia de los santos es algo que no debemos considerar con poca seriedad o livianamente, porque es la verdad que nos ha dado Dios. La doctrina tenía fundamental importancia para los escritores del Nuevo Testamento. Para ellos no se trataba de teología superficial, sino de aquello que formaba parte de sus vidas. Lo consideraban muy importante. Una fe recta y sincera conducirá a una vida piadosa. Este es el tema que primariamente le interesa desarrollar a Judas en su epístola. El Espíritu lo condujo a exhortar a sus lectores a que permanezcan firmes en la defensa de la verdad de Dios. Era necesario luchar para mantener el conjunto de las verdades cristianas. Debemos notar la fuerza de la expresión: “una vez para siempre fue dada” (literal), en contraposición a la que normalmente leemos en nuestras biblias: “ha sido una vez dada”. Lo que nos fue dado al principio, tiene autoridad sobre nosotros hoy en día. Judas considera que la enseñanza apostólica debe ser una normativa para los hijos de Dios. Sin embargo, el apartamiento de la Asamblea de su estado primitivo es un hecho que observamos en todo lugar. No obstante, el objetivo de Judas no es enseñarnos acerca de la separación que debemos mantener en relación con los desvíos, sino hacer hincapié en la fe santa que debe manifestarse en nuestras vidas.
Dios, en su gracia, ha permitido una recuperación de aquella fe en los dos últimos siglos. ¿Qué nos queda de lo que ha sido recuperado? ¿Desperdiciaremos nuestra rica herencia para volver a la corrupción de la cristiandad? No pensemos que Dios, en su gracia, va a conceder una nueva recuperación de la verdad que una vez nos fue dada. Es más, ¡deberíamos considerar los desvíos de aquellos que profesaban haber recuperado la verdad! ¿Puede ser posible que tengamos la posesión de la verdad recuperada y practiquemos cosas totalmente opuestas? En los últimos años se han producido innumerables divisiones y divergencias. Muchos cristianos que, en alguna medida, se ocupaban en efectuar el llamamiento a dejar Babilonia y retornar al Centro divino, han tenido que ser recuperados más tarde del error. ¿Qué deberían haber hecho? Tendrían que haber vuelto a la Palabra de Dios y abandonar el progresivo error y sus malas prácticas que se toleran desde hace más de cien años.
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