martes, 12 de abril de 2016

“Algunos hombres han entrado encubiertamente”



Ningún falso maestro concurriría a una reunión cristiana portando una enorme pancarta con la inscripción: “Soy un falso maestro”. Por el contrario, él no declarará inmediatamente su blasfemia en contra de Cristo. De hecho muchos de estos falsos maestros se engañan a sí mismos (2.ª Timoteo 3:13). El apóstol Pedro había advertido acerca de ellos (2.ª Pedro 2:1) y, por cierto, estos malvados ya se estaban infiltrando con sigilo. En los primeros días de la iglesia esto no había sido posible, debido a que nadie, a menos que fuera un verdadero creyente, se atrevía a juntarse con los santos (Hechos 5:13); sin embargo, la corrupción se manifestaría pronto en el testimonio público encomendado al hombre. Judas dice que “algunos hombres han entrado encubiertamente”. Esta sutil intrusión sigue efectuándose en nuestros días. En consecuencia, y al considerar la santidad de la casa de Dios, tenemos la obligación de vigilar. Estos hombres no sólo entran encubiertamente, sino que también asumen el rol de maestros. Pero, ciertamente no son maestros de la Palabra de verdad.

Una grave tergiversación de la doctrina de la gracia es otra de las características de la conducta de estos falsos maestros. Para practicar el mal, ellos se escudan en la gracia de Dios y su abundante perdón. Este comportamiento no es nuevo ni aislado y no estaba destinado a ser suprimido de la historia de la Iglesia. El apóstol Pablo trata este tema en Romanos 6 con abundantes lecciones para todos los cristianos. Lo trágico de todo esto es que estos falsos maestros del primer siglo habían sido señalados de antemano y su conducta había sido prevista mediante escritos (progegrammenoi). La Palabra de Dios profetiza acerca de ellos con claridad. No obstante, su conducta no estaba programada por Dios para que actúen de determinada forma y luego sean sometidos a juicio. Sin duda, ellos eran vasos preparados para destrucción, pero su condenación era la consecuencia de los pecados cometidos por ellos bajo su propia responsabilidad. De ninguna manera el veredicto de Dios podía ser favorable para esta clase de gente.

Los motivos están expuestos:

a) Ellos eran malvados, irreverentes e impíos. Esta palabra “impíos” (asebhj --asebes) es una palabra clave que aparece en Judas varias veces. Ella sugiere una falta de respeto hacia Dios y una indiferencia por las cosas divinas. En cierto sentido ellos eran ateos, ¡incluso mientras profesaban tener fe en Dios!

b) Además, tornaban la gracia de Dios en lascivia (o libertinaje). Su comportamiento escandaloso era nocivo para la moral pública. Sus hechos vergonzosos estaban marcados por una displicencia violenta y una perversión descontrolada. Todo esto, a pesar de que ellos pretendían hacer uso de la libertad cristiana, demostraba que eran hombres carnales que perseguían sus más bajos deseos.

c) Ellos renegaban de nuestro “único Soberano y Señor” (v. 4 V.M.) por medio de su comportamiento. Notemos que la palabra «Dios» no aparece en los manuscritos más antiguos, por lo que esta expresión se refiere específicamente a Cristo. También es digno de notar que hay dos palabras utilizadas para «Señor»: «despothj» (despotes) y «kurios» (kurios). Ellos repudiaban a Cristo como el “único” Maestro (despotes) por medio de lo que hacían, más que por lo que decían. Pero, también ponían en tela de juicio la soberana autoridad que Cristo tiene sobre todo lo que le pertenece.

Dios enseña que el creyente debe “renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos” (Tito 2:12). Esta clase de conducta es abiertamente tolerada en nuestros días, e incluso hasta es festejada en algunas denominaciones de la cristiandad. Esto demuestra que no hay sujeción a la autoridad de Cristo. Por el contrario, el sello legítimo de todo verdadero creyente es su obediencia a la Palabra de Dios. “Si me amáis” —dijo el Señor—, “guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).

Edwin N. Cross

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