miércoles, 16 de marzo de 2016

El orgullo es la deificación del yo



El orgullo es el padre del pecado. Comenzó en el cielo cuando el apuesto Lucifer procuró destronar a su Creador y Dios. Inflado con su orgullo cayó en la condenación (1 Tim. 3:6). Christopher Marlowe dijo que "respiraba orgullo e insolencia, por lo cual Dios lo arrojó del cielo". No queriendo compartir los resultados de su error solo, incitó a Adán y a Eva a que pecaran. De esa forma el orgullo entró en los genes humanos, y el triste resultado es que cada uno de nosotros tiene lo suficiente como para hundir toda una flota.

J. Oswald Sanders dijo que el orgullo es la deificación del yo. "Piensa en forma más elevada de sí mismo de lo que debería. Se atribuye el honor que le pertenece únicamente a Dios".

Cualquier retrato genuino del Señor Jesús debe revelarle como aquel que es manso y humilde de corazón. La palabra manso contiene la idea de estar quebrantado. Es la palabra que se usa para describir a un caballo joven que ha aceptado el arnés y pacientemente ara, su cabeza se mueve hacia arriba y hacia abajo, y sus ojos miran derecho hacia adelante.

Nuestro manso Señor nos invita a llevar su yugo y aprender de Él. Esto significa una aceptación completa de su voluntad. Cuando las circunstancias adversas nos sobrevengan podremos decir, "sí... porque así te agradó ".

Jesús fue humilde al nacer en un pesebre, nacimiento que no tomó prestada gloria alguna de este mundo. Fue humilde durante su vida, sin una pizca de orgullo o arrogancia, ni una fracción de un complejo, de superioridad. El ejemplo supremo de su humildad fue cuando "se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil. 2:8).

William MacDonald

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