lunes, 12 de octubre de 2015

-EL REMANENTE- en su retorno del cautiverio



Debemos proseguir con nuestro tema, por lo que solicitaremos al lector que se remita al capítulo 8 de Nehemías. Hemos considerado al remanente antes del cautiverio y durante este período; y ahora lo veremos en su amada tierra tras su retorno del destierro, hecho que fue posible merced a la rica misericordia de Dios. No es nuestro propósito considerar los detalles; nos bastará considerar un solo hecho de inmensa importancia para toda la Iglesia de Dios en el día de hoy, el cual ayudará a esclarecer nuestro tema. Citaremos algunos versículos de este hermoso pasaje de las Escrituras: 
“Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura... Al día siguiente se reunieron los cabezas de las familias de todo el pueblo, sacerdotes y levitas, a Esdras el escriba, para entender las palabras de la ley. Y hallaron escrito en la ley que Jehová había mandado por mano de Moisés, que habitasen los hijos de Israel en tabernáculos en la fiesta solemne del mes séptimo... Y toda la congregación que volvió de la cautividad hizo tabernáculos, y en tabernáculos habitó; porque desde los días de Josué hijo de Nun hasta aquel día, no habían hecho así los hijos de Israel. Y hubo alegría muy grande. Y leyó Esdras en el libro de la ley de Dios cada día, desde el primer día hasta el último; e hicieron la fiesta solemne por siete días, y el octavo día fue de solemne asamblea, según el rito.”

     Esto es muy llamativo. Aquí encontramos un endeble remanente reunido en torno a la Palabra de Dios para orar y procurar entender la verdad y sentir su poder en el corazón y en la conciencia. ¿Cuál fue el resultado? Nada menos que la celebración de la fiesta de los tabernáculos, la cual nunca había sido celebrada desde los días de Josué, hijo de Nun. Durante todo el tiempo de los jueces, durante los días de Samuel, el profeta, y de los reyes, aun durante los gloriosos reinados de David y de Salomón, la fiesta de los tabernáculos jamás había sido celebrada. Una débil compañía de exiliados que habían regresado a su tierra, tuvieron el privilegio de celebrar esta preciosa y magnífica fiesta —tipo del glorioso porvenir de Israel— en medio de las ruinas de Jerusalén.

     ¿Era esto presunción? De ninguna manera; era simple obediencia a la Palabra de Dios. Se hallaba escrito en “el libro de la ley de Dios”; escrito para ellos, y ellos obraron de acuerdo con lo que estaba escrito, “y hubo alegría muy grande”. No había ninguna pretensión, no se creían ser algo, no se jactaban ni tampoco buscaban encubrir su verdadera condición. No eran más que un pobre remanente, débil y despreciado, tomando su lugar de humillación, quebrantados y contritos, confesando sus fracasos y sintiendo profundamente que esto no era de ellos así como del pueblo en los días de Salomón, de David y de Josué. Mas ellos oyeron la Palabra de Dios, oyeron y entendieron; se sometieron a su santa autoridad y observaron la fiesta, “y hubo alegría muy grande”. Ésta, seguramente, constituye otra notable y bella ilustración de nuestro tema, a saber, que cuanto mayor es la ruina, tanto más rico es el despliegue de la gracia, y cuanto más profundas son las tinieblas, más luminoso es el resplandor de la fe individual. En todos los tiempos y en todos los lugares, el corazón contrito que confía en Dios halla una gracia infinita e inconmensurable.

C. H. Mackintosh

http://www.verdadespreciosas.org/documentos/CHM_miscelaneos_I/EL_REMANENTE.htm

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