miércoles, 14 de octubre de 2015

EL REMANENTE (al final del Antiguo Testamento)




Dirijámonos ahora, por un momento, al final del Antiguo Testamento, al profeta Malaquías. Muchos años habían pasado desde los brillantes días de Esdras y Nehemías, y aquí nos encontramos con un cuadro muy triste de la condición en que había caído Israel. ¡Ayayay, qué rápido se había seguido el «camino descendente»! La triste historia se repite: “Te perdiste, oh Israel.” Leamos algunos versículos: “En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa de Jehová es despreciable... ¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi altar de balde? Yo no tengo complacencia en vosotros, dice Jehová de los ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda... Y vosotros lo habéis profanado cuando decís: Inmunda es la mesa de Jehová, y cuando decís que su alimento es despreciable. Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto! y me despreciáis, dice Jehová de los ejércitos; y trajisteis lo hurtado, o lo cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? dice Jehová” (cap. 1:7, 10, 12, 13. Véase también el cap. 3:5-9).

     ¡Qué deplorable estado de cosas! Contemplarlo nos llena de tristeza. La adoración pública de Dios, despreciada; los ministros religiosos trabajando sólo por un salario; venalidad y corrupción involucradas en el santo servicio de Dios; toda suerte de depravación moral practicada por el pueblo. En resumidas cuentas, era una escena de profundas tinieblas morales, en extremo desalentadora para todos los que velaban por los intereses del Señor.

     Y, sin embargo, en medio de esta terrible escena, tenemos una muy conmovedora y exquisita ilustración de nuestro tema. Como siempre, no deja de haber un remanente, una pequeña compañía de fieles que honraba y amaba al Señor, y que halló en Él su centro, su objeto y su deleite. “Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre. Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve” (cap. 3:16-18).

     ¡Cuán bello es todo esto! ¡En qué contraste se halla con el estado general de las cosas! Si recorremos toda la historia de la nación de Israel, no encontraremos nada semejante. ¿Dónde leemos que fuera “escrito libro de memoria delante de Jehová”? Solamente aquí. No encontramos nada de ello ni siquiera durante las brillantes victorias de Josué y de David, ni tampoco en los esplendorosos días de Salomón. Puede alegarse que ello no era necesario. Pero no se trata de eso. Lo que debemos ponderar es el notable hecho de que las palabras y los caminos de este endeble remanente, en medio de una creciente iniquidad, fueron tan placenteros al corazón de Dios que Éste hizo escribir un libro de memoria acerca de ellos. Y podemos afirmar sin titubeos que las palabras de estas almas fieles fueron más gratas al corazón de Dios que los cantores y trompeteros del tiempo de Salomón: “Hablaron cada uno a su compañero”[2]. “Los que temen a Jehová y... piensan en su nombre.” Había una fidelidad individual, una devoción personal; amaban al Señor, y esto los atrajo y mantuvo juntos.

     Nada podría ser más hermoso. ¡Ojalá que haya más de este espíritu entre nosotros! ¡Cuánta necesidad tenemos de obrar como este remanente, al margen de todo el conocimiento del que podamos jactarnos! Estos santos no hicieron nada grandioso ni rimbombante a los ojos de los hombres; pero ¡ah! amaban al Señor, pensaban en Él, y su común fidelidad a Dios los juntó para hablar de Él. Esto es precisamente lo que hacía encantadoras sus reuniones, gratas y deleitables para el corazón de Dios. Ellos brillaban con un intenso y hermoso resplandor sobre el fondo sombrío de la religión mercenaria, motivada sólo por el salario y por la rutina, sin un corazón para Dios, en medio de la cual estaban envueltos. Ellos no estaban unidos por ciertos puntos de vista o por ciertas opiniones comunes; ningún servicio ritualista ni observancia ceremonial los unía; no, lo que los unía era una profunda devoción personal al Señor, grata a Su corazón. Él estaba cansado de todo este sistema ritualista y sin realidad que profesaba la masa, pero halló agrado en la genuina devoción de algunas almas preciosas que procuraban estar reunidas tantas veces como podían para hablarse unas a otras y para animarse mutuamente en el Señor.

     ¡Oh, si esto se experimentase más entre nosotros! Es mucho lo que lo anhelamos. Confesamos al lector que nuestro deseo vehemente al escribir estas líneas es fomentar esta devoción. Nos asusta sobremanera la influencia desecante y paralizante del formalismo y de la rutina religiosa. Corremos el peligro de caer en una rutina y de proseguir la marcha día a día, semana tras semana, año tras año, de una manera pobre, fría y puramente formal, ofensiva para el corazón lleno de amor de nuestro adorable Salvador y Señor, quien desea verse rodeado de una compañía de seguidores sinceros y piadosos, fieles a su nombre y a su Palabra; fieles los unos a los otros por amor de su nombre; una compañía de discípulos que busque servirle de toda manera justa entretanto espera ardientemente su bendita aparición. ¡Que el Espíritu Santo obre con poder en el corazón de todo el pueblo de Dios, reanimando, restaurando, reavivando y preparando una compañía que reciba con regocijo al Novio celestial! No cesamos de pedir por ello a nuestro Dios.

C. H. Mackintosh
http://www.verdadespreciosas.org/documentos/CHM_miscelaneos_I/EL_REMANENTE.htm

No hay comentarios.:

Publicar un comentario