martes, 6 de octubre de 2015

El remanente durante el reinado del rey Josías



Ahora pasaremos a considerar el reinado del piadoso y devoto rey Josías, cuando la nación se hallaba en vísperas de su disolución. Aquí tenemos una muy notable y hermosa ilustración de nuestro tema. Tampoco es nuestro objetivo aquí considerar los detalles, pues ya lo hicimos en otra oportunidad. Sólo citaremos las últimas líneas del pasaje: “Y los hijos de Israel que estaban allí celebraron la pascua en aquel tiempo, y la fiesta solemne de los panes sin levadura por siete días. Nunca fue celebrada una pascua como ésta en Israel desde los días de Samuel el profeta; ni ningún rey de Israel celebró pascua tal como la que celebró el rey Josías; con los sacerdotes y levitas, y todo Judá e Israel, los que se hallaron allí, juntamente con los moradores de Jerusalén. Esta pascua fue celebrada en el año dieciocho del rey Josías” (2.º Crónicas 35:17-19).

      ¡Qué notable testimonio! En la Pascua de Ezequías, somos transportados hasta el esplendoroso reinado de Salomón; pero aquí tenemos algo más brillante todavía. Y si se nos preguntase qué fue lo que arrojó semejante aureola de gloria sobre la Pascua de Josías, contestamos que nosotros creemos que se debió al hecho de ser el fruto de una santa y reverente obediencia a la Palabra de Dios en medio de tan abundante ruina y corrupción, del error y de la confusión. La actividad de la fe de un corazón obediente y devoto, fue puesta de relieve por el oscuro fondo de la condición moral del pueblo.

      Todo esto está lleno de consuelo y aliento para todo aquel que ama de corazón a Cristo. Muchos pueden haber pensado que era una gran presunción de parte de Josías, proceder de la manera que lo hizo, en semejante momento y bajo tales circunstancias. Pero era todo lo contrario a la presunción, como lo demuestra el bendito mensaje enviado al rey por el Señor a través de la boca de Hulda, la profetisa: “Jehová el Dios de Israel ha dicho así: Por cuanto oíste las palabras del libro, y tu corazón se conmovió, y te humillaste delante de Dios al oir sus palabras sobre este lugar y sobre sus moradores, y te humillaste delante de mí, y rasgaste tus vestidos y lloraste en mi presencia, yo también te he oído, dice Jehová” (2.º Crónicas 34:26-27).

     Tenemos aquí la base moral de la notable carrera de Josías, y, seguramente, no vemos en ella nada que tuviera traza de presunción. Un corazón contrito, ojos llorosos y vestidos rasgados no son indicios de presunción ni de confianza propia. No; estas cosas son los preciosos resultados de la acción de la Palabra de Dios en el corazón y en la conciencia, que produce una vida de profunda devoción personal, cuya contemplación está llena de consuelo y edificación para nosotros. ¡Ojalá que ello abunde más y más entre nosotros! El corazón verdaderamente lo anhela; y ojalá que la Palabra de Dios resuene en todo nuestro ser moral, de tal manera que en vez de conformarnos a la condición de cosas que nos rodea, podamos elevarnos por encima de ellas para caminar sobre ellas como testigos de la eterna realidad de la verdad de Dios y de las imperecederas virtudes del nombre de Jesús.

     Pero debemos dejar atrás la interesante historia de Josías y presentar al lector más ilustraciones que confirman nuestro tema. Tan pronto como este amado siervo de Dios abandonó la escena de este mundo, toda traza de su bendecida obra desapareció, y la ascendente marea del juicio —contenida durante todo ese tiempo por la paciente misericordia de Dios— arrasó entonces la tierra elegida. Jerusalén quedó convertida en ruinas, el templo fue consumido por las llamas y todos los que pudieron escapar de la muerte fueron llevados cautivos a Babilonia. Allí colgaron sus arpas sobre los sauces y derramaron sus lágrimas por el brillo empañado de sus días pasados (véase el Salmo 137).

C. H. Mackintosh
http://www.verdadespreciosas.org/documentos/CHM_miscelaneos_I/EL_REMANENTE.htm

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