Cuando contemplamos todos los nombres y las divisiones en el desorden de la Cristiandad, ésta es desde luego una cuestión que puede llevar a la perplejidad. Pero, sin dudarlo ni un momento, respondemos: «A Dios y a la palabra de su gracia» (Hch. 20:32). Debemos buscar la mente de Dios en Su Palabra. Si todos están de acuerdo en que la Palabra de Dios debe ser la guía para el cristiano, entonces será en Su Palabra que deberemos buscar para encontrar la clase de comunión cristiana donde Él querría vernos. Preguntamos entonces: «¿Qué denominación indica la Palabra de Dios a la cual debo unirme?» La respuesta es que a ninguna, porque no habla de unirse a denominaciones. «Entonces no puedo pertenecer a ninguna, porque si lo hago, ¡me situaré en una situación en la que la Palabra de Dios no me ha situado!»
Volviendo a Dios y a la Palabra de Su gracia, descubrimos que no nos ha dejado sin luz tocante a esta cuestión. «Resplandeció en las tinieblas una luz para los rectos» (Sal. 112:4; Sal. 119:105, 130). Su Palabra dice: «Y éste es el amor, que andemos según sus mandamientos. Éste es el mandamiento, tal como lo oísteis desde el principio, para que andéis en él» (2 Jn. 6). Esto indica de manera clara que en un día de defección y de confusión, cuando las enseñanzas y prácticas malas prevalecen en el testimonio cristiano (porque este es el contexto de esta Segunda Epístola, véase vv. 7-11), debemos volver a lo que era «desde el principio»: los primeros principios del cristianismo. Debemos volver a la Palabra de Dios y ver cómo se reunía la iglesia primitiva para el culto y el ministerio, y que eso sea nuestro modelo.
La Iglesia no aparece en el Antiguo Testamento
Una de las claves mayores para comprender lo que es la iglesia es contemplar que no forma parte de la revelación del Antiguo Testamento. Cristo y Su iglesia es el gran misterio de Dios (Ef. 5:32). Misterio, en su sentido bíblico, no significa algo difícil de comprender, sino un secreto que Dios ha guardado oculto desde antes de la fundación del mundo (Ro. 16:25). El gran secreto de los propósitos eternos de Dios es que cuando Israel rechazase a su Mesías (Cristo) y, por consiguiente, fuese echada a un lado temporalmente en los tratos de Dios, que entonces el Espíritu Santo recogería por medio del evangelio, de entre todas las naciones, a creyentes de los judíos y de los gentiles para constituir una compañía celestial de santos que sería unida a Cristo como Su cuerpo y esposa. Esto es algo que estaba oculto en el corazón de Dios, y que no fue revelado en el Antiguo Testamento (Ef. 3:9). Los pertenecientes a otras edades no supieron nada de esto, porque no tuvo siquiera comienzo hasta el día de Pentecostés (Mt. 16:18, «edificaré»; Hch. 2:1-3, 47; 11:15). Así, este secreto no fue dado a conocer hasta los tiempos del Nuevo Testamento, por medio del ministerio especial del apóstol Pablo (Ef. 3:2-5, 9; Col. 1:24-27).
El misterio no es Cristo en Su persona, ni Su perfecta vida en este mundo como Hombre, ni Su muerte y resurrección, ni Su venida a reinar sobre este mundo en poder y gloria. Esas cosas fueron todas anunciadas en las Escrituras del Antiguo Testamento. ¡El maravilloso secreto es que Cristo tendrá la iglesia (Su cuerpo y esposa) a Su lado en aquel día venidero cuando reinará públicamente sobre este mundo! Desde el día de Pentecostés hasta la venida de Cristo (el arrebatamiento) Dios llama a gentes de todas las naciones por el evangelio para tener parte de este maravilloso privilegio (Hch. 15:14).
Ahora bien, siendo que la verdad de la iglesia no forma parte del Antiguo Testamento, ¡no recurrimos a él para aprender cómo la iglesia debería adorar y funcionar en cuanto a su administración, por cuanto no está ahí! Eso es de enorme importancia. Es algo que las iglesias denominacionales (y no denominacionales) han comprendido mal.
El Antiguo Testamento es un libro de tipos
y figuras para el cristiano
No decimos con esto que los cristianos no deban leer el Antiguo Testamento. Bien al contrario: «Toda Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia» (2 Ti. 3:16). El Nuevo Testamento deja bien claro que «las cosas que se escribieron en el pasado, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por medio de la paciencia y de la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza» (Ro. 15:4). Esto muestra que aunque el Antiguo Testamento no fue escrito a nosotros como cristianos, sí que fue escrito para nosotros. Pero es de la mayor importancia que veamos que aparte de las cuestiones morales (las cuales nunca cambian ante Dios), la manera en que los cristianos deben leer y aplicar el Antiguo Testamento es como tipo y figura. Las cosas que se registran en las Escrituras del Antiguo Testamento son ahora tipos y figuras para nosotros como cristianos (1 Co. 10:11; He. 8:5; 9:9, 23-24; 10:1; 11:19; 1 Co. 9:9-10; Gá. 4:24; Ro. 4:23; 5:14; Jn. 5:39; Lc. 24:27, 44). Somos instruidos por el Antiguo Testamento aprendiendo los principios subyacentes en el mismo.
El judaísmo no es un modelo para el culto cristiano
También han constituido a una clase especial de personas (el clero) en distinción a los laicos (el pueblo) que llevan a cabo los servicios religiosos en lugar del pueblo, así como el sacerdocio aarónico había sido separado del resto de los israelitas para que ministrasen en el santuario. También tienen orquestas y coros como los que David y Salomón habían dispuesto para su culto judaico en el templo. ¿De dónde viene todo esto? ¿Hay alguna autoridad procedente de la Escritura para que la iglesia esté haciendo tal cosa? Podríamos dar una lista de más de dos docenas de puntos que practican las denominaciones y que han sido adoptadas de manera literal procedente del judaísmo. Es cierto que han alterado esas cosas hasta cierto punto, para conjugarlas con su idea de lo que es el cristianismo, pero todas esas cosas siguen teniendo todo el aderezo judaico.
Bruce Anstey
Traducción: © Copyright Santiago Escuain 1998
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