(Respuesta a una carta)
... En cuanto a su tercera pregunta, sólo tenemos que decir que el Nuevo Testamento nos enseña, en varios lugares, que el cristiano está muerto al mundo; no meramente lo está a ciertas cosas inmorales del mundo —especialmente a las partes malas del mundo—, sino al mundo en todos sus aspectos. ¿Qué, pues, tiene que ver una persona muerta con la política del mundo? Como cristianos, somos enviados a este mundo, así como lo fue Jesús. ¿Qué tuvo él que ver con la política del mundo? Él pagó impuestos, y así lo debemos hacer nosotros. Obedeció a las autoridades, y nosotros debemos hacer lo mismo. Padeció bajo los poderes de este mundo, y nosotros podemos ser llamados a lo mismo. Se nos instruye en cuanto a que debemos orar por las autoridades, y lo debemos hacer sin tener en cuenta en absoluto la naturaleza o el carácter del poder bajo el que nos toque vivir. De hecho, cuando el apóstol estableció este precepto (1.ª Timoteo 2), el cetro imperial estaba en manos de uno de los peores hombres que jamás pisaron la tierra[1]. Al cristiano se le enseña que debe sujetarse a las autoridades (Romanos 13); pero jamás se le enseña que deba ejercer ese poder, ni una sola vez, sino todo lo contrario: “Nuestra ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3:20). Sólo somos peregrinos y extranjeros en el mundo. La cruz de nuestro Señor ha cortado toda atadura entre nosotros y este mundo. La resurrección nos ha introducido en un mundo totalmente nuevo. En la muerte de Cristo zarpamos de las tierras del viejo mundo. En su resurrección, desembarcamos en la orilla del nuevo. “Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Por lo tanto, “poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:2-3). ¡Oh, qué gracia es conocer el poder formativo y santificante de esta preciosa línea de verdad!
Usted está completamente acertado en su juicio acerca de Génesis 9:6. Permanece irrevocable. La ley no lo alteró; tampoco lo hace el Evangelio. Permanece con toda su solemne fuerza como una ley del gobierno de Dios; y si nosotros intentáramos modificarlo de acuerdo con nuestra propia sabiduría o benignidad, nos haríamos simplemente más sabios o benignos que Dios. No debemos confundir la gracia del Evangelio con el divino gobierno del mundo. El cristianismo no interfiere con las disposiciones de la divina providencia. Él nos enseña que debemos actuar con gracia hacia todos; pero aplicar los principios del Evangelio al gobierno de este mundo, haría que todo fuese confusión. Y, además, querido amigo, ¿qué tenemos que ver nosotros, como cristianos, con enviar demandas o protestas al Gobierno? ¡Nada en absoluto! Tenemos el deber de orar por el Gobierno y de obedecerlo; o debemos padecer en caso de que éste nos impusiera cosas que pretendieran hacernos desobedecer a Dios. Pero entrometernos en sus leyes es, en la práctica, negar nuestra ciudadanía celestial. Y, en el caso al que usted se refiere, intentar impedir el curso de la justicia, es ir contra el propio mandamiento directo de Dios: ”El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada”. ¿En qué lugar fue abolido este mandamiento? En ninguno. Por ello los cristianos debemos tener cuidado de no meternos donde no debemos, ni intentar cambiar el curso de esa disposición bajo la influencia de nuestros sentimientos naturales o de sentimentalismos. No nos atrevemos a agregar principios cristianos por cuanto los verdaderos principios cristianos siempre nos conducirán a inclinarnos ante la autoridad de la Palabra de Dios, aun cuando no seamos capaces de comprenderla con exactitud o de conciliarla con nuestros propios sentimientos.
Consideramos que 2.ª Corintios 6:14-18 es una concluyente respuesta a su pregunta. Si esta porción de la Escritura no gobierna la conciencia de un hombre, el razonamiento es más que inútil.
“Nuestra ciudadanía está en los cielos”. “Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. ¿Qué tiene que ver un hombre muerto con la política? El cristiano es alguien que ha muerto en Cristo —muerto al pecado, muerto a la ley y muerto al mundo—; y por ello él, como Dios lo ve, no tiene más que ver con estas cosas que lo que tendría que ver un hombre muerto que yace sepultado bajo el suelo. Él está vivo en Cristo, vivo para Dios, vivo para todo aquello que es espiritual, celestial y divino. Él está en la nueva creación. Su moral, sus costumbres, su religión y su política son todas de la nueva creación, son todas celestiales y divinas. Él ha roto con el mundo, tanto con el espíritu del mundo como con sus principios. Está en este mundo para andar como extranjero y peregrino; para vivir como cristiano, como un hombre espiritual y celestial; pero no es del mundo para andar como un hombre mundano, carnal y natural. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (1.ª Corintios 5:17). ¡Ojalá que vivamos según el poder de estas cosas!
C. H. M.
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