jueves, 12 de mayo de 2016

Pertenecemos a Cristo y no al mundo


Me dirijo principalmente a vosotros, jóvenes. Los que somos de mayor edad, solemos tener mayor experiencia de lo que es el mundo y de lo que realmente ofrece; pero ante vuestros ojos –ansiosos de ver y conocer–despliega todo su brillo, su fastuosidad, sus tentaciones, intentando atraeros. Solamente fijaos cómo despliega delante de vosotros sus inagotables invenciones para lograr seduciros. Sus sonrisas son engañosas, pero es a vosotros que sonríe. Os hace muchas promesas que no puede cumplir; no obstante promete siempre. El hecho es que vuestro corazón es demasiado ancho para un mundo que no puede llenarlo; por otro lado es demasiado estrecho para Cristo, y sin embargo quiere llenaros de Él; sí, Dios desea que conozcáis: «el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios».

Estemos unidos al Señor; no al deber, a la ley o a las ordenanzas (aunque estas cosas sean buenas en su lugar), sino al Señor. Bien sabe Dios cuán engañoso es el corazón y cuán dispuesto está para sustituir pronto, por cualquier cosa, el lugar del Señor. Es necesario que aprendáis a conocer lo que hay en vuestro corazón. Morad con Dios y lo aprenderéis con Él y bajo su gracia; si no, tendréis que aprenderlo con el diablo, a través de las tentaciones y las redes que os tiende, y caeréis como Pedro. Pero Dios es fiel. Si os habéis alejado de Él, y las cosas del mundo han llegado a formar como una coraza alrededor de vuestro corazón y deseáis retornar, Dios quiere y puede romper esta coraza.

¡Ah!, recordad que Cristo os compró al precio de Su propia sangre, que le pertenecemos a Él y no al mundo. No dejéis que el diablo se interponga entre vosotros y la gracia de Dios; por muy negligentes que hayáis sido, o por muy lejos que os hayáis dejado llevar. ¡Volveos al Señor!, no dudéis de Su gozo al veros retornar, contad con Su amor inconmensurable; considerad con horror y espanto el pecado que os apartó de Él, pero no le hagáis la injuria de dudar de Su amor. Aborreceos a vosotros mismos, pero recordad cuánto os amó y quiere amaros hasta el fin.



J. N. Darby

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