viernes, 20 de mayo de 2016

La santidad conviene a la casa de Dios



¡Qué gracia tan maravillosa que hombres, con un pasado caracterizado por el pecado, puedan entrar en una relación íntima e indisoluble con Dios por medio de la fe viva en Jesús, sobre la base de su muerte y de su resurrección! Ahora que hemos sido santificados y que somos amados, podemos tener comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Juan 1:3).

Por el hecho de que esta relación con él es una verdad viva, el andar práctico de los redimidos, tanto individual como colectivo, debe corresponder al carácter mismo de Dios. “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:15-16).

Desde siempre, Dios ha tenido el deseo y la voluntad de habitar en medio de los hombres. Para el pueblo de Israel, su morada fue el tabernáculo, luego el templo. Ya entonces, el salmista exclamó: “La santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre” (Salmo 93:5). Dios ha vigilado celosamente que la santidad de su morada terrestre se mantuviese. Cuando el pueblo cayó en idolatría e introdujo en Su casa unas imágenes de sus abominaciones (Ezequiel 8), ya no pudo permanecer allí. El profeta Ezequiel tuvo que ver con dolor la gloria de Dios elevarse por encima del templo y salir de la ciudad (Ezequiel 10 y 11).

Hoy en día, la Iglesia es la morada de Dios en la tierra. Todos los redimidos, como piedras vivas, son edificados como casa espiritual en la cual Dios mismo habita (1 Pedro 2:5). Otros pasajes lo confirman: “Vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (2 Corintios 6:16-18). ¡Qué realidad bendita pero solemne! “Por lo cual, —sigue el apóstol— salid de en medio de ellos (los incrédulos), y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”.

Las consecuencias del mal en la iglesia

  • Si el enemigo logra introducir el mal en una iglesia local, el nombre de Dios y del Señor Jesús está comprometido y, por ende, es deshonrado (los hermanos y hermanas ante todo deberán lamentar por este estado de cosas (véase 1 Corintios 5:2); éste ha de ser su principal afán hasta que el mal sea juzgado y quitado).

  • El Espíritu Santo con el cual los creyentes fueron sellados está contristado (Efesios 4:30). Ya no puede obrar. Existe una falta de poder y de vida espiritual. La sequía y la esterilidad se abren paso en la iglesia.

  • El mal tiende a extenderse y a oscurecer la luz del testimonio frente al mundo.

¿Bajo qué forma puede aparecer el mal?

Se puede tratar de un mal moral como la fornicación, la avaricia, la idolatría, la maledicencia, la embriaguez, el hurto, etc. (1 Corintios 5:11), de un pecado contra un hermano, o de falsas doctrinas. Si el cristiano no anda en el Espíritu, la carne obra en él, y es capaz de todas las malas obras (Gálatas 5:19-21). ¡Cuánto deberíamos vigilar para no ser tentados!


W. Gschwind 
Creced 2003 - N° 2

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