Incluso los hombres del mundo tienen una vaga sensación de que se aproxima una gran crisis. En cuanto a cómo será o cómo deberán enfrentar esto, ellos no lo saben. En cambio los cristianos, que poseen la Biblia en sus manos, a Cristo en sus corazones y que son guiados por el Espíritu Santo, no son dejados en la oscuridad. Ellos saben que Cristo viene, y que su llegada está muy cercana.
Nosotros comprendemos en cierta medida las profundas necesidades de este triste mundo, pero también sabemos que todos los esfuerzos de los hombres para satisfacer dichas necesidades son en vano. Reyes y dictadores, congresos y comités, todos ellos quizás puedan aliviar muy limitadamente los problemas locales, pero sin duda no podrán quitar la miseria universal de un mundo que yace bajo el pecado y la muerte. Todo lo que intente el hombre — conferencias, alianzas, tratados o pactos — no podrá poner fin al sufrimiento de los judíos, al injusto gobierno de los gentiles ni a la corrupción de la cristiandad.
Sólo hay una Persona que puede ocuparse de todo el mal, de terminar con los sufrimientos que hay sobre la tierra, de acallar los gemidos de la creación vindicando la gloria de Dios y de traer una bendición universal para el hombre. Se lo comprenda o no, la necesidad fundamental de los judíos, de los gentiles y de la Iglesia es la venida de Cristo.
La condición del pueblo de Dios profesante en estos últimos tiempos, bien puede inundar nuestros corazones de solemnidad y humillarnos hasta el polvo. Una situación muy parecida a la actual ya podía observarse en el pueblo de Dios que vivía en la época final del Antiguo Testamento. Y la historia tiene una extraña forma de repetirse. En los tiempos de Israel había un profundo desánimo; el pequeño remanente que había retornado de la cautividad fracasó por completo. Pero en medio de toda la corrupción predominante había unas pocas almas piadosas que temían al Señor, que pensaban en Su nombre y hablaban cada uno a su compañero. Había algo que los distinguía del resto: ellos esperaban el retorno del Señor.
Ellos no buscaban mejorar el mundo; no trataban de poner las cosas en orden en Israel; tampoco tenían la pretensión de ser ‘alguien’ en este mundo; ellos pensaban en lo que estaba escrito: “...nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación”. Su esperanza era la venida de Cristo. En medio de ellos todo era debilidad; si miraban hacia atrás, todo era fracaso; alrededor de ellos todo era corrupción; pero ante ellos se extendía la gloria a la que serían introducidos con la venida de Cristo.
La posición de estas personas refleja, en varios aspectos, la del pueblo de Dios de nuestros días. Los judíos crucificaron a su Mesías y fueron esparcidos por todo el mundo. Los gentiles fracasaron de tal manera en sus gobiernos, que parecería que la civilización entera está a punto de sumergirse en un mar de lujuria y violencia. La Iglesia fracasó absolutamente en cuanto a su responsabilidad de dar testimonio para Cristo, y aquellos que, en medio de la ruina, han buscado responder a los pensamientos de Dios se hallan totalmente desmoralizados. En lo que respecta a la responsabilidad del hombre, el fracaso es absoluto e irremediable. Sin embargo, nuestra esperanza permanece: Cristo está viniendo. Y a pesar de todo el fracaso pasado y del que nos rodea, la gloria está allí, ante nosotros.
Si la esperanza de la venida de Cristo está frente a nosotros para alentarnos y consolarnos en este día de ruina, pues entonces debemos examinar las Escrituras para saber más al respecto. No con la intención de fijar alguna fecha para dicha venida ni permitiendo un sentimiento carnal que nos impulse a saciar nuestra curiosidad con respecto al futuro, sino con el deseo de tener todos nuestros afectos dirigidos hacia Aquel que viene pronto.
Sólo hay una Persona que puede ocuparse de todo el mal, de terminar con los sufrimientos que hay sobre la tierra, de acallar los gemidos de la creación vindicando la gloria de Dios y de traer una bendición universal para el hombre. Se lo comprenda o no, la necesidad fundamental de los judíos, de los gentiles y de la Iglesia es la venida de Cristo.
La condición del pueblo de Dios profesante en estos últimos tiempos, bien puede inundar nuestros corazones de solemnidad y humillarnos hasta el polvo. Una situación muy parecida a la actual ya podía observarse en el pueblo de Dios que vivía en la época final del Antiguo Testamento. Y la historia tiene una extraña forma de repetirse. En los tiempos de Israel había un profundo desánimo; el pequeño remanente que había retornado de la cautividad fracasó por completo. Pero en medio de toda la corrupción predominante había unas pocas almas piadosas que temían al Señor, que pensaban en Su nombre y hablaban cada uno a su compañero. Había algo que los distinguía del resto: ellos esperaban el retorno del Señor.
Ellos no buscaban mejorar el mundo; no trataban de poner las cosas en orden en Israel; tampoco tenían la pretensión de ser ‘alguien’ en este mundo; ellos pensaban en lo que estaba escrito: “...nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación”. Su esperanza era la venida de Cristo. En medio de ellos todo era debilidad; si miraban hacia atrás, todo era fracaso; alrededor de ellos todo era corrupción; pero ante ellos se extendía la gloria a la que serían introducidos con la venida de Cristo.
La posición de estas personas refleja, en varios aspectos, la del pueblo de Dios de nuestros días. Los judíos crucificaron a su Mesías y fueron esparcidos por todo el mundo. Los gentiles fracasaron de tal manera en sus gobiernos, que parecería que la civilización entera está a punto de sumergirse en un mar de lujuria y violencia. La Iglesia fracasó absolutamente en cuanto a su responsabilidad de dar testimonio para Cristo, y aquellos que, en medio de la ruina, han buscado responder a los pensamientos de Dios se hallan totalmente desmoralizados. En lo que respecta a la responsabilidad del hombre, el fracaso es absoluto e irremediable. Sin embargo, nuestra esperanza permanece: Cristo está viniendo. Y a pesar de todo el fracaso pasado y del que nos rodea, la gloria está allí, ante nosotros.
Si la esperanza de la venida de Cristo está frente a nosotros para alentarnos y consolarnos en este día de ruina, pues entonces debemos examinar las Escrituras para saber más al respecto. No con la intención de fijar alguna fecha para dicha venida ni permitiendo un sentimiento carnal que nos impulse a saciar nuestra curiosidad con respecto al futuro, sino con el deseo de tener todos nuestros afectos dirigidos hacia Aquel que viene pronto.
H. Smith
.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario