La historia de nuestra esperanza bienaventurada (parte II)
El cristianismo comenzó a expandirse
Para finales del primer siglo, todos los preciosos rollos del Nuevo Testamento habían sido escritos y ya estaban en circulación. Los obispos y los ancianos luchaban para mantener unida una iglesia asediada por los paganos en el exterior y por herejes, quienes ocasionalmente ocupaban los púlpitos. Proféticamente hablando, la iglesia estaba comenzando a desanimarse. Muchos podían recordar cómo los apóstoles esperaban por el pronto retorno del Señor. Para entonces los romanos estaban extendiendo su influencia en todas direcciones.
Hacia finales del primer siglo, en su primera epístola a los corintios, Clemente de Roma escribió palabras tanto de corrección como de estímulo para esos que estaban comenzando a perder la esperanza, dijo en el capítulo 23, versículos 2 al 5: «El Padre, que es compasivo en todas las cosas, y dispuesto a hacer bien, tiene compasión de los que le temen, y con bondad y amor concede sus favores a aquellos que se acercan a Él con sencillez de corazón. Por tanto, no seamos indecisos ni consintamos que nuestra alma se permita actitudes vanas y ociosas respecto a sus dones excelentes y gloriosos. Que no se nos aplique este pasaje de la escritura que dice: ‘Desventurado el de doble ánimo, que duda en su alma y dice: Estas cosas oímos en los días de nuestros padres también, y ahora hemos llegado a viejos, y ninguna de ellas nos ha acontecido. Insensatos, comparaos a un árbol; pongamos una vid. Primero se le caen las hojas, luego sale un brote, luego una hoja, luego una flor, más tarde un racimo agraz, y luego un racimo maduro’. Como veis, en poco tiempo el fruto del árbol llega a su sazón. Verdaderamente pronto y súbitamente se realizará su voluntad, de lo cual da testimonio también la escritura, al decir: ‘Su hora está al caer, y no se demorará; y el Señor vendrá súbitamente a su templo; el Santo, a quien vosotros esperáis’».
Clemente murió en el año 102 de la era cristiana. Cuando concluyó su vida, el imperio romano estaba comenzando a estabilizarse a intervalos irregulares en casi un siglo de quietud relativa. Pero antes que llegara la paz, hubo otra oleada de persecución. En el año 107, Ignacio fue martirizado. En el año 108, el emperador Trajano emprendió su tercera mayor oleada de persecución, asesinando a miles de creyentes. El único crimen de ellos era rehusarse a adorar al emperador y a otras deidades romanas como a dioses. Después de esto, los cristianos tuvieron una era de paz.
Pero para los judíos, había una última batalla. Siguiendo la persecución de Trajano, Adriano gobernó del año 117 hasta el 138, y Antonino Pío del 138 al 161. Tristemente, durante el reinado de Adriano, la revuelta judía bajo Simeón Bar Kochba destruyó la sociedad judía en Israel. En el año 135 ellos fueron finalmente expulsados de Medio Oriente y esparcidos en los cuatro puntos cardinales.
Para la iglesia fue una historia diferente. La vida bajo esos dos emperadores trajo a los acosados fieles 45 años de dichoso crecimiento. Prosperaron a través de todo el imperio. Muchos en el gobierno romano se hicieron cristianos. Sobre este período histórico, el historiador Edward Gibbon escribió: «En el segundo siglo de la era cristiana, el imperio de Roma abarcaba las partes extremas de la tierra, y las porciones más civilizadas de la humanidad. Las fronteras de esa extensa monarquía estaban guardadas con valor antiguo, reconocido y disciplinado. La influencia de las leyes, gentil pero poderosa, había cimentado gradualmente la unión de las provincias... la imagen de una constitución libre era preservada con decente reverencia».
Desafortunadamente al final de este período de calma, Marco Aurelio se convirtió en emperador en el año 161 gobernando hasta el 180. Desató una ola de terrorismo en contra de los cristianos, quienes una vez más fueron sometidos a torturas y a las muertes más horribles. Fue la cuarta persecución más terrible en contra de los cristianos, tanto Policarpo, obispo de Esmirna, como el mártir Justino fueron asesinados por su fe. Policarpo fue quemado en la hoguera y Justino decapitado.
Los retrasos de Dios
Alrededor del año 130 de la era cristiana, Justino había declarado que Dios había retrasado su juicio del fin del mundo, porque era su deseo que los cristianos se multiplicaran para que cubrieran y preservaran la tierra. La creencia de la inminencia del retorno del Señor, rápidamente se fue desvaneciendo.
En el capítulo 7 de su Segunda Apología, Justino escribe: «Dios postergó la confusión y destrucción del mundo entero, por medio de la cual los ángeles perversos, demonios y hombres dejarán de existir, debido a los cristianos, quienes saben por naturaleza que son la causa de la preservación. De no haber sido así, no sería posible que pudieran hacer todas esas cosas, y ser impulsados por espíritus diabólicos, pero el fuego del juicio descenderá y disolverá por completo todas las cosas, tal como hiciera el diluvio en el pasado, que no dejó a nadie, sólo a uno con su familia quien es llamado por nosotros Noé, y por ustedes Deucalión, de quien descendió tan vasto número, algunos buenos y otros malvados».
Justino decía que la presencia de los cristianos era la única cosa que impedía que Dios destruyera al mundo entero. Irineo, quien vivió del año 130 al 202, hizo eco a las palabras de la iglesia primitiva sobre la teoría del día milenial de la creación. Al hacer esto, puso la venida del Señor en juicio para un futuro distante, a no dudar, mucho más allá de la duración de su propia vida. En su libro Contra herejías, escrito alrededor del año 190, deja esto bien claro, dice en el libro quinto, capítulo 28: «E impondrá una marca en la frente y en la mano derecha, para que nadie pueda comprar ni vender, a menos que tenga la marca del nombre de la bestia o el número de su nombre; y el número es seiscientos sesenta y seis, es decir, seis veces cien, seis veces diez y seis veces uno. (Él recapituló esto como el total de la apostasía que había tenido lugar por seiscientos años). Porque en los mismos días que fue hecho este mundo, en los mismos miles de años concluirá. Y por esta razón la Escritura dice: ‘Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos. Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo’ (Gn. 2:1, 2). Este es un recuento de todas las cosas que fueron creadas, como también es una profecía de lo que habrá de venir. Porque el día del Señor es como mil años, y en seis días creó y completó todas las cosas; por consiguiente, es evidente que llegarán a su fin a los seis mil años».
Para comienzos del siglo V, con los escritos de Agustín, quien nació en el año 354 y murió en el 430, la venida de Cristo había llegado a ser identificada enteramente con la iglesia. Él y otros sostenían que la iglesia del estado continuaría su expansión hasta cubrir toda la tierra. Entonces Cristo vendría y la iglesia sería corregente con Él en la edad del Reino. Fue así como se olvidaron de la profecía sobre la reunificación de Israel. Su escatología veía al mundo como un patrón de seis edades:
• Primera edad: De Adán a Noé
• Segunda edad: De Noé a Abraham
• Tercera edad: De Abraham a David
• Cuarta edad: De David al cautiverio en Babilonia
• Quinta edad: Del cautiverio en Babilonia al advenimiento de Cristo
• Sexta edad: Del advenimiento de Cristo a su segunda venida.
Note que la forma cómo Agustín reconocía las edades concluye con el primero y segundo advenimientos del Señor Jesucristo. Israel y el trono davídico en la edad del Reino, están excluidos, los cuales según él fueron desechados para siempre. Esto dejó a la iglesia sola como pueblo de Dios. Al hacerlo, se declaró a sí mismo como amilenialista, al enseñar que el reinado de Cristo estaba incluido dentro de la administración de la iglesia, la cual vio como una extensión del estado.
Al escribir en su libro El Asunto del Rapto, John F. Walvoord dice en la página 16: «En el amilenialismo Augustino, la edad presente es considerada como el anticipado Milenio; y en vista de que se dice que la tribulación precederá al Milenio, entonces ya debe haber pasado. A menudo se le identifica con los problemas de Israel, en conexión con la destrucción de Jerusalén ocurrida en el año 70 de la era cristiana».
Para el siglo V, Agustín, el santo más reverenciado por la Iglesia Católica en su más alto rango como doctor en teología, había expresado su pensamiento amilenialista. Esencialmente acabó con la expectativa de los apóstoles del retorno inminente de Cristo. Por los mil cuatrocientos años siguientes, su escatología continuó sin ser cuestionada.