Daniel capítulos 1 a 3
1a Parte
I. Introducción
Los tres primeros capítulos del libro de Daniel nos ofrecen una lección muy importante y oportuna para el tiempo en que vivimos, en el cual el discípulo de Cristo está en grave peligro de ceder a las influencias que lo rodean —rebajando el nivel de su testimonio y debilitando su carácter de discípulo— a fin de amoldarse a las circunstancias del momento.
II. Temas de desaliento entre el pueblo de Dios
Desde el principio del capítulo 1, encontramos un cuadro muy desalentador del estado de cosas, en lo que respecta al testimonio exterior rendido a Dios en la tierra. “En el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá, vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió. Y el Señor entregó en sus manos a Joacim rey de Judá, y parte de los utensilios de la casa de Dios; y los trajo a tierra de Sinar, a la casa de su dios, y colocó los utensilios en la casa del tesoro de su dios” (Daniel 1:1-2).
El estado que se nos describe en estos versículos, considerado desde un punto de vista humano, es más que suficiente para producir el desaliento en el corazón, entristecer el espíritu y paralizar las energías. Ante una Jerusalén en ruinas, el templo profanado, los utensilios del Señor colocados en la casa de un falso dios, y Judá llevado cautivo, seguramente el corazón no puede sino sentirse dispuesto a decir que no tiene ningún sentido procurar permanecer más tiempo en el carácter de discípulo y perseverar en una marcha piadosa y fiel. El valor falta, el corazón desfallece y las manos se vuelven flojas, cuando la situación del pueblo de Dios es tan deplorable. Sólo la más abominable presunción podría hacer que un hijo de la casa de Judá tomase el lugar de un verdadero nazareo en semejantes circunstancias.
C. H. Mackintosh
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