“Porque la venida del Señor se acerca” (Santiago 5:8)
¿El Rey está viniendo?
Muchos cristianos, llamados post-milenialistas, están convencidos de estar a las puertas de una nueva era. Ellos creen que la iglesia vivirá una edad de oro en la tierra antes de la segunda venida de Cristo y que, en dicho período, Israel y la Iglesia disfrutarán de bendiciones en común. Yo no estoy de acuerdo con esta idea.
Los tiempos presentes de declinación espiritual, en los que puede observarse la apostasía de la fe que una vez fue dada a los santos, pueden ser comparados con los días de Elí, cuando el Arca de Dios había sido capturada y la gloria del Señor quitada del pueblo de Israel. Después de esos tiempos oscuros, que siguieron al nacimiento de Icabod (que significa «la gloria se ha ido»), Samuel se levantaba como el nuevo juez y profeta del pueblo. Esto preanunciaba un tiempo de bendición para Israel, un día de esperanza y gloria. Pero, todo esto estaba estrechamente vinculado con la introducción de un rey. Samuel ungió primero a Saúl (el rey según la carne) y luego a David, el hombre según el corazón de Dios.
Nosotros, cristianos, debemos esperar de la misma manera una era nueva, un día de esperanza tanto para Israel como para la Iglesia. Pero, sería erróneo pensar que ambas serán bendecidas a la vez aquí en la tierra. Es muy importante comprender que la felicidad final de Israel y de la Iglesia depende del retorno de Cristo de los cielos. El escenario profético reclama la venida del Rey, el verdadero Mesías de los judíos (y esto estará precedido por la venida del Anticristo, el rey según la carne; léase el capítulo 6 de este folleto). Después del rechazo de Saúl, David comenzó a reinar en todo su esplendor y majestad. De igual manera, Cristo volverá y establecerá su reino sobre su pueblo y sobre todas las naciones de la tierra. En ese entonces, la gloria del Señor llenará toda la tierra. Sin embargo, la Iglesia es el cuerpo y la esposa celestial de Cristo. Por tanto, su futuro difiere mucho con respecto al de Israel.
También sería erróneo espiritualizar todas las promesas proféticas hechas para Israel y aplicarlas exclusivamente a la Iglesia. Cuando pensamos en el reinado de Cristo, por ejemplo, no deberíamos aplicar esto solamente al dominio que Él ejerce en los corazones de los creyentes. Aun cuando esta verdad tenga un amplio alcance, sólo es una aplicación espiritual. No es la interpretación literal y directa de la Palabra profética. En la presente dispensación, el reinado de Dios y de Cristo tiene una forma misteriosa y su verdadero carácter permanece oculto (Mateo 13). Porque el Rey mismo está escondido en los cielos; Cristo está escondido en Dios (Colosenses 3:3). Él gobierna actualmente de manera misteriosa y ejerce su autoridad sobre sus discípulos por la Palabra y por el Espíritu. Los verdaderos creyentes reconocen en Cristo su Cabeza y Señor.
Cuando el Señor venga en gloria, cuando aparezca personalmente desde los cielos, todo será muy diferente. Entonces Él reinará directa y públicamente: “De mañana destruiré a todos los impíos de la tierra, para exterminar de la ciudad de Jehová a todos los que hagan iniquidad” (Salmo 101:8). Esto bien podrá ser calificado como una verdadera Cristocracia, pero para que esto se concrete, el retorno visible del Rey es un requisito fundamental. ¿Podría existir este tiempo de bendición sin Su retorno, sin Su presencia personal? ¿Podríamos reinar sin el Rey, quien sólo es digno de recibir el poder y la gloria? Basado en lo que dicen las Escrituras, puedo afirmar que me parece algo imposible.
Hugo Bouter
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