Empecemos con el mismo Salvador y veamos lo que Él indicó a Sus discípulos acerca de lo que existirá cuando Él vuelva de nuevo a la tierra, cuando Él convoque al hombre a dar cuenta de sí mismo. En Lucas 17 no nos dice que el mundo iría cambiando gradualmente de un desierto a un Paraíso, no nos dice que los paganos dejarían sus dioses falsos ni que los judíos abandonarían su odio contra el verdadero Mesías. Al contrario, Él da a los discípulos la necesaria advertencia de que sucedería como en los días de Noé y como en los días de Lot. Eran aquellos tiempos de comodidad y de mundanalidad, cuando toda la humanidad se estaba levantando contra Dios; y con ello estas escenas proporcionaban comparaciones para la situación que existirá cuando el Señor aparezca del cielo para juzgar el mundo. «Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre. Comían y bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos.» La seguridad propia y el amor a la comodidad serán sustancialmente iguales cuando el Señor sea revelado como lo fue antes del diluvio. Entonces como en los días antiguos los hombres estarán absortos en los asuntos ordinarios de la vida cotidiana. A pesar de la ley, a pesar del evangelio, de nuevo se ve y proseguirá aquel estado de violencia y de corrupción que atrajo el diluvio sobre la tierra, no menos culpable que totalmente despreocupada. Y Cristo mira hacia adelante al día de Su retorno, un regreso que no irá precedido de un milenio de santa gloria; a un mundo que no estará caracterizado de forma general por corazones felices y llenos de gozo; al contrario, vendrá a un mundo que presentará la misma condición moral, la misma indiferencia a la voluntad de Dios y a Su gloria, que el que precedió al diluvio.
Después del diluvio, cuando empezaron las naciones y las lenguas, hubo otra escena más asombrosa y degradante, y que se nos presenta en el mismo libro de Génesis; dicha escena constituye también un triste complemento a la escena de los días precisamente anteriores al regreso del Hijo del Hombre. «Asimismo como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió de Sodoma [palabras llenas de un presagio ominoso], llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste.»
Si pasamos ahora a las Epístolas, encontraremos que la luz que arroja el Espíritu Santo en absoluto atenúa el testimonio del Señor Jesús, sino que confirma en todos los respectos; sólo que ahora tenemos al Espíritu Santo considerando naturalmente la Cristiandad, en tanto que nuestro Señor hizo de los judíos Su punto de partida y centro.
Así vemos en Romanos 11, sin extendernos acerca de este capítulo, que el Espíritu de Dios anticipa el fin de la Cristiandad. «No te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti.» Ésta es la advertencia que se da al profesante gentil. Los que son significados por las ramas naturales son los judíos. Desde la antigüedad ellos habían sido los depositarios de la promesa, y tenían por ello el puesto de responsabilidad en el testimonio de Dios sobre la tierra. Así, ellos eran las ramas originales del olivo, la línea de la promesa y del testimonio en la tierra que se originó con Abraham. Pero los judíos quebrantaron la ley, siguieron en pos de los ídolos, y rechazaron y dieron muerte al Mesías. Había un recurso en el evangelio; pero rechazaron el evangelio del cielo así como al Señor el Rey de ellos sobre la tierra. La consecuencia de esto fue que las ramas naturales del olivo fueron desgajadas, y se injertaron las del olivo silvestre, los gentiles, en el viejo tronco de la profesión divina. Y ésta es la advertencia que se da: «Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado». ¿No ha sido éste exactamente el sentir de la Cristiandad? Desprecio hacia los judíos, asombro ante la maldad de ellos, y una insensibilidad total hacia la propia condición. «Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esta bondad.»
William Kelly
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