Mas en una casa grande, no solamente hay vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro: y asimismo unos para honra, y otros para deshonra.
2 Timoteo 2:20
El apóstol aquí usa la figura de una casa grande con sus varios vasos para honra y para deshonra. Este es un cuadro de aquello en lo que la Iglesia profesante estaba convirtiéndose cuando Pablo escribió esta epístola. Ya no era posible reconocer a la Iglesia, como “la casa de Dios... la Iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” como lo era cuando fue escrita la primera epístola a Timoteo (3:15). En aquel entonces, la Iglesia, como pilar, declaraba la verdad ante el mundo. Pero en los días de la segunda epístola a Timoteo, algunos de la Iglesia estaban enseñando doctrinas falsas. Se había introducido gente inconversa, lo que originó mucha confusión y una mezcla del bien y del mal en la casa que pretendía ser de Dios.
La que afirmó ser casa de Dios se estaba convirtiendo rápidamente en una casa grande con una mezcla de vasos. En otras palabras, la santidad y la justicia de Dios no caracterizaban a la Iglesia como antes. Había perdido su carácter de santidad y verdad. Tal fue el estado de la Iglesia profesante al final de la vida de Pablo y ese estado se ha agravado mucho desde entonces. De manera que la cristiandad es ahora, más que nunca, una casa grande en la que hay vasos mezclados, unos para honra y otros para deshonra.
Los vasos de oro y de plata son los apropiados para el servicio de la Casa de Dios. Los vasos de madera y de barro no deberían estar en su Casa. A través de Romanos 9:21-23 sabemos que los vasos para deshonra son “los vasos de ira preparados para destrucción”. Los vasos para honra son “vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria”. Así es que, hablando en forma general, los vasos de oro y de plata representan a cristianos verdaderos. Son vasos para honra, “vasos de misericordia”. Los vasos de madera y de barro simbolizan a los inconversos que están dentro de la Iglesia. Representan a aquellos vasos que tienen la reputación de ser cristianos pero que no lo son en realidad.
Sin embargo, un vaso de oro puede usarse para deshonra, como lo hizo Belsasar cuando usó los vasos sagrados en su fiesta idólatra. De la misma manera, en la casa grande de la cristiandad, donde los vasos representan a personas, puede suceder lo mismo. Un verdadero creyente puede hacer algo que deshonre al Señor, o puede asociarse con vasos para deshonra y así convertirse en un vaso para mal uso. El Señor no puede aprobar el servicio de alguien que se asocia con el mal. Por lo tanto, la condición de separarse de los vasos para deshonra, que se enfatiza en 2 Timoteo 2:21, es necesaria si uno quiere llegar a ser un vaso honroso.
Tal es, entonces, el cuadro divino de la Iglesia profesante: una mezcla impía de salvados y no salvados, de verdaderos creyentes y de falsos creyentes. Este es el estado de la Iglesia en el día de la ruina. Todo lo que se llama cristiano es visto como una casa grande surtida con vasos de dos clases. Exteriormente cada cristiano pertenece inevitablemente a la casa exterior, por más verdaderos que sean su corazón y sus propósitos hacia el Señor, por cuanto la casa grande es todo lo que se llama a sí mismo cristiano. Pero el creyente sincero y fiel es exhortado a separarse de todos los vasos para deshonra que están en la casa, aunque él nunca pueda salir de la casa misma.
La que afirmó ser casa de Dios se estaba convirtiendo rápidamente en una casa grande con una mezcla de vasos. En otras palabras, la santidad y la justicia de Dios no caracterizaban a la Iglesia como antes. Había perdido su carácter de santidad y verdad. Tal fue el estado de la Iglesia profesante al final de la vida de Pablo y ese estado se ha agravado mucho desde entonces. De manera que la cristiandad es ahora, más que nunca, una casa grande en la que hay vasos mezclados, unos para honra y otros para deshonra.
Los vasos de oro y de plata son los apropiados para el servicio de la Casa de Dios. Los vasos de madera y de barro no deberían estar en su Casa. A través de Romanos 9:21-23 sabemos que los vasos para deshonra son “los vasos de ira preparados para destrucción”. Los vasos para honra son “vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria”. Así es que, hablando en forma general, los vasos de oro y de plata representan a cristianos verdaderos. Son vasos para honra, “vasos de misericordia”. Los vasos de madera y de barro simbolizan a los inconversos que están dentro de la Iglesia. Representan a aquellos vasos que tienen la reputación de ser cristianos pero que no lo son en realidad.
Sin embargo, un vaso de oro puede usarse para deshonra, como lo hizo Belsasar cuando usó los vasos sagrados en su fiesta idólatra. De la misma manera, en la casa grande de la cristiandad, donde los vasos representan a personas, puede suceder lo mismo. Un verdadero creyente puede hacer algo que deshonre al Señor, o puede asociarse con vasos para deshonra y así convertirse en un vaso para mal uso. El Señor no puede aprobar el servicio de alguien que se asocia con el mal. Por lo tanto, la condición de separarse de los vasos para deshonra, que se enfatiza en 2 Timoteo 2:21, es necesaria si uno quiere llegar a ser un vaso honroso.
Tal es, entonces, el cuadro divino de la Iglesia profesante: una mezcla impía de salvados y no salvados, de verdaderos creyentes y de falsos creyentes. Este es el estado de la Iglesia en el día de la ruina. Todo lo que se llama cristiano es visto como una casa grande surtida con vasos de dos clases. Exteriormente cada cristiano pertenece inevitablemente a la casa exterior, por más verdaderos que sean su corazón y sus propósitos hacia el Señor, por cuanto la casa grande es todo lo que se llama a sí mismo cristiano. Pero el creyente sincero y fiel es exhortado a separarse de todos los vasos para deshonra que están en la casa, aunque él nunca pueda salir de la casa misma.
R. K. Campbell
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