Se trata de un período característico que comenzó mucho antes de la primera venida de Cristo a la tierra y que todavía hoy no ha terminado. Es el período durante el cual el pueblo de Israel está colocado bajo la sujeción de los gentiles. El Señor indica que Jerusalén “será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan” (Lucas 21:24).
Este tiempo comenzó en el momento en que, en su gobierno para con Israel, Dios debió entregar a su pueblo a manos de los gentiles. El templo fue destruido, como también la muralla de Jerusalén. La ciudad fue quemada, sus tesoros arrebatados, y el pueblo que había escapado a la espada fue llevado cautivo a Babilonia. La sentencia “Lo-ammi”, es decir “no pueblo mío”, anunciada un siglo antes por Oseas, entró en vigor.
Los tiempos de los gentiles se terminarán cuando el remanente judío fiel, reconstituido a través de los terribles juicios apocalípticos, entre en la bendición del Milenio. Israel será nuevamente reconocido como el pueblo de Dios. “Y diré a Lo-ammi: Tú eres pueblo mío, y él dirá: Dios mío” (véase Oseas 1:9; 2:23).
Cuando se introdujeron los tiempos de los gentiles, Dios es llamado con el nombre característico de Dios de los cielos. Lo encontramos varias veces en los libros de Esdras, Nehemías y Daniel. En el momento en que Israel atravesó el Jordán para tomar posesión del país de Canaán, Dios se manifestó como el “Señor de toda la tierra” (Josué 3:11). Ahora que el trono de David, que era “el trono de Jehová” (según 1 Crónicas 28:5 y 29:23), estaba derribado, Dios, por decirlo así, se retiró a los cielos, por algún tiempo.
Los cuatro grandes imperios de los gentiles (babilónico, medo-persa, griego y romano) se sucedieron. El imperio romano actualmente experimenta un largo eclipse (correspondiendo más o menos al tiempo de la Iglesia). Pero se reconstituirá (Apocalipsis 13). Luego los tiempos de los gentiles terminarán, y Cristo establecerá su reino glorioso (Apocalipsis 19:11-21). “El Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido” (Daniel 2:44)
J.-A. Monard
Revista Creced 2006 - N° 5
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