viernes, 4 de marzo de 2016

"Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis"


Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; 

2 Pedro 2:21



Él era un Hombre del Libro. La mente de Cristo estaba llena de la Escritura. Él citaba la Palabra como su autoridad final. Los versículos que Él citaba daban siempre en el blanco, eran las palabras precisas para una ocasión particular.

Era un Hombre de Meditación. Él era el hombre bienaventurado del Salmo 1 cuyo deleite estaba en la ley del Señor. En dicha ley meditaba día y noche.

Era un adorador. El acto supremo de adoración de nuestro Señor fue su muerte en el Calvario en obediencia a la voluntad de su Padre.

No se conformó al mundo. ¿Acaso Él no dijo con respecto a sus discípulos "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo" (Jn. 17:16). Él no era de este mundo en absoluto.

Él no combatió con armas carnales. Cuando nuestro Señor fue juzgado delante de Pilato dijo, "Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí" (Jn. 18:36).

William MacDonald

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